Finalmente. Después de muchas idas y venidas, y cuando parecía que ya nunca lo iba a lograr, Mariela Castro ha anunciado que el Partido Comunista de Cuba, esa ruda banda de mondragones, discutirá en enero la posible introducción en la isla de las uniones civiles entre homosexuales. Será un espectáculo memorable, esa conferencia partidista, si el tema gay es abordado en público por las más altas autoridades del país. Quién pudiera estar en el Palacio de las Convenciones cuando el ínclito José Ramón Machado Ventura, el benemérito Ramiro Valdés, o el insigne Esteban Lazo se pronuncien por los derechos inalienables de todos los maricas, siempre que sean, por supuesto, rigurosamente revolucionarios.
Hay que darle crédito a Mariela, que habría realizado una formidable hazaña si logra que, en efecto, la conferencia dedique cinco minutos a discutir su propuesta para reformar el modoso Código de la Familia de Cuba de manera que dos juanes, o dos juanas, puedan formalizar legalmente su asociación, y no solo, como dice la ley ahora, con catatónica exactitud biológica, “un varón y una hembra”. Mariela ha sido muy justamente criticada por las groseras limitaciones ideológicas y políticas de su estrategia para lograr que los homosexuales cubanos adquieran por lo menos los derechos mínimos que en países más afortunados otros gays, lesbianas y transexuales disfrutan ya, entre ellos el principal, que sea delito discriminarlos. Su plan consiste en convencer a su padre y a la corte de ancianos mandarines que lo rodean, que permitir las uniones homosexuales, y restaurar cierta dignidad pública a los gays, las lesbianas y cualquier otra gloriosa rareza humana que aparezca pavoneándose por el parque El Curita a la una de la madrugada, no solo es un acto de justicia, aunque tan demorado que casi ya no hay justicia en él, sino también un conveniente golpe de efecto político, y uno que cuesta poco. Mariela ha medio convencido a Raúl Castro de que los gays y las lesbianas de Cuba, a cambio de dos centavos de libertad y honor, olvidarán todos los agravios del pasado, los insultos de Fidel, las UMAP, los adolescentes echados de las escuelas y universidades, los intelectuales perseguidos, las operaciones del Departamento de Lacras del Ministerio del Interior, las redadas de la policía. Le ha dicho a su padre, Mariela, que es posible tener homosexuales, pero no una comunidad homosexual, uniones civiles, y no bares de maricas, una conguita de dos cuadras con consignas altamente patrióticas en vez de una carroza de locas recorriendo el Malecón seguida por media Habana bailando, el CENESEX, pero ni un solo grupito más, y mucho menos si es cascarrabias, respondón, y hace marchas y festivales por su cuenta.
A Raúl, probablemente, le parece que su hija está chiflada, y que las UMAP, después de todo, no fueron una idea tan mala, lo que les hace falta a todos esos invertidos es ir a cortar caña, para que se enderecen. Pero quizás ha calculado que, si Machadito, Ramiro y Lazo por fin dan su consentimiento, el gobierno cubano obtendría titulares favorables, por un día, en la mayoría de los periódicos de Occidente, aunque no, qué curioso, en los de sus aliados tradicionales, Rusia, China, Irán, la mitad de África. Cuba estaría, en esta única categoría, en una lista que incluye, casi exclusivamente, algunas de las sociedades más prósperas, estables y democráticas del planeta, y hasta algunos vecinos latinoamericanos, Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia, la ciudad capital de México. Cuba ganaría aún mejor nota, y titulares todavía más positivos si, además, eliminara el permiso de salida, y el de entrada, para que los cubanos puedan salir y entrar en su país tan frecuentemente como quieran, y otros países se lo permitan, pero Raúl, después de pensarlo bien, ha decidido que es mejor consentir a Mariela, y permitir las uniones civiles de homosexuales, y hasta que el teatro Karl Marx de La Habana, uno de los templos de la Revolución, sea tomado por drag queens disfrazadas de Rocío Jurado, que dejar que los cubanos vayan a París, o siquiera a Santo Domingo, y peor, regresen a la isla, con la cabeza llena de humo. Si la conferencia de enero aprueba las uniones civiles, y la Asamblea Nacional, después, corrige el Código de la Familia, Mariela habrá conseguido una victoria que parecía imposible solo cinco años atrás, que, es cierto, vendrá recortada por cobardes compromisos y limitaciones, pero será, de todas maneras, eso, una victoria, de Mariela, personalmente, y de los homosexuales cubanos. Díganle lo contrario a esos chiquillos de los pueblos polvorientos de Cuba, o de los barrios machos de La Habana, que viven hasta hoy aterrados, escondiéndose de su propio cuerpo, odiándose a sí mismos y a su quisquilloso deseo, acosados por pandillas de abusadores y las sospechas de sus padres. A ellos la sobrina de Fidel Castro les ha dicho que no tienen que esconderse, ni avergonzarse, y que si quieren, a lo mejor, pronto, podrían incluso casarse, con fanfarrias y serpentinas, y la policía no los arrestará por indecentes. Habría que tener el corazón y la conciencia muy endurecidos, para creer que todo lo hecho por Mariela Castro y el Centro Nacional de Educación Sexual no vale nada, no salvará o consolará a ninguno de esos adolescentes, no les hará sentirse menos solos, o más fuertes para enfrentar a sus padres y a sus perseguidores, o que su intención es totalmente egoísta, una hipócrita maniobra politiquera.
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Mariela Castro |
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Travestis actúan en el Teatro Karl Marx de La Habana, el pasado mes de mayo. |
Entre las concesiones que Mariela parece haber hecho hay una, sin embargo, que es imperdonable. En declaraciones a la cadena SER, en Madrid, la presidenta del CENESEX admitió que no se llamará matrimonio a la unión de dos cubanos del mismo sexo. Al parecer, es esta una imposición de la Iglesia Católica de Cuba, que no es más flexible y relajada en sus opiniones que la de cualquier otro país, y que se aferra con igual tenacidad que los cardenales del Vaticano a los mismos dogmas morales. “La oposición más fuerte es de la de la Iglesia Católica, que se opone a llamarlo matrimonio”, dijo Mariela, quien añadió que el CENESEX busca una conciliación, “Hay cuestiones en las que podemos ceder. Podemos decir: ‘Está bien, no hablaremos de matrimonio, sino de otra variante que incluya los mismos derechos. Hablaremos de unión legal o unión notarial, que no es otra cosa que matrimonio como concepto”. Es difícil entender a quién se refiere Mariela cuando usa tan negligentemente el plural. ¿A sí misma, y su padre? ¿A los delegados a la conferencia del Partido, sus secretarias y sus amantes? ¿A los directivos de CENESEX? Puesto que no hay en Cuba una comunidad homosexual organizada, con identidad política propia, y líderes visibles, con autoridad para negociar con las autoridades en nombre de los suyos, es de presumir que Mariela no se refiere a ellos. Nadie le ha dado a Mariela el derecho de decidir si puede ceder o no a la Iglesia Católica ni a ningún otro grupo la palabra matrimonio, que no es suya, ni del Vaticano, sino, si la ley fuera justa, de cualquier pareja de bienaventurados que quisieran tomarla. No es que sea gran cosa la institución matrimonial, especialmente en un país como Cuba, con un estrepitoso índice de divorcios, y casi displicente promiscuidad, pero, por poco que sea, nadie tiene derecho a apropiársela, ni a vetar las aspiraciones legítimas de una parte o de la suma de los ciudadanos. Nadie hubiera podido imaginar que la Iglesia Católica cubana, que fue ferozmente ninguneada durante décadas, iba a ser consultada, o siquiera tenida en cuenta, en un debate como este, o que su influencia sería, sobre las autoridades cubanas, sorprendentemente mayor que la del Cardenal Timothy Dolan, de Nueva York, sobre el gobernador y la Asamblea de ese estado norteamericano, donde esta semana entró en vigor la ley, del 24 de junio, legalizando los matrimonios entre personas del mismo sexo. El Cardenal Dolan hizo todo lo posible por impedirlo, y lanzó una frenética campaña política y mediática, junto a líderes de iglesias evangélicas, y grupos ortodoxos judíos, para convencer a los asambleístas neoyorkinos de que no era justo ni necesario dejar que los gays se casaran. Dolan llegó a decir, en un programa de radio: “Yo amo a mi madre, pero no tengo el derecho de casarme con ella”. Después de que la Asamblea aprobara la Ley de Igualdad del Matrimonio, Dolan escribió en el sitio de la Arquidiócesis de Nueva York una larga tirada, mezclando todos los males del mundo: “Recuerden cómo la iglesia resistió la mentalidad de “contracepción” temiendo que esta rompería el vínculo sagrado entre el amor y la procreación (…) Recuerden cómo la Iglesia hizo sonar la alarma sobre la creciente ola de promiscuidad, adulterio, sexo premarital, y cohabitación antes, o en lugar del matrimonio. Ahora hacemos sonar las campanas contra este último ataque contra el auténtico significado del matrimonio, convencidos de que el próximo paso será justificar la poligamia y la infidelidad”. A pesar de la perreta del Cardenal Dolan, cientos de parejas homosexuales se casaron esta semana en Nueva York, y tantas quisieron hacerlo el día en que la ley entraba en vigor, el domingo pasado, que las autoridades de la ciudad tuvieron que poner un límite para el número de solicitantes, homosexuales o no, que atenderían. Uno creería que si el poderoso Cardenal Dolan no pudo impedir ese desparpajo en Nueva York, esa caligulesca orgía, menos podría hacerlo, en la Cuba de Raúl Castro y Machado Ventura, el Cardenal Ortega.
Lo que piensan los líderes católicos cubanos del matrimonio gay podemos colegirlo por el artículo publicado tres años atrás en Palabra Nueva, la revista de la Arquidiócesis de La Habana, por Orlando Márquez, el director. En “¿Llegamos o nos pasamos?”, Márquez mencionaba la carta que le envió una tal Hilda Mejías, quejándose de la transmisión de Brokeback Mountain en la televisión de la isla. Mejías dijo que la película de Ang Lee, ganadora del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, y de tres premios Oscar, le había provocado “asco”, y su transmisión, como parte de una jornada contra la homofobia organizada por el CENESEX, era “una barbaridad y falta de respeto a los televidentes”. Márquez evitó pronunciarse sobre los méritos de la película, pero señaló que la reacción de Mejías no era “exclusiva de católicos, o de otros cristianos que, desde sus criterios de fe, reaccionaron de modo semejante”. El Director de Palabra Nueva parecía horrorizado por las iniciativas del CENESEX, en particular las operaciones de cambio de sexo, aprobadas por el Ministerio de Salud Pública en el 2008, pero notó, aliviado, que Mariela Castro había dicho, ya entonces, “que de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo no hay nada”. Márquez dijo que la Iglesia consideraba que “promover el respeto y la no discriminación contra toda persona por su condición homosexual es un gesto digno de reconocimiento”. De la misma forma, tres años más tarde, el Cardenal Dolan justificaría su campaña contra el matrimonio homosexual alegando que había sido “pro-matrimonio, no anti-gay”. “Yo os amo”, escribió Dolan, dirigiéndose a los agraviados, “cada mañana oro con ustedes y por ustedes, y por vuestra verdadera felicidad y bienestar”. “Respeto a la persona homosexual sí, promoción de la homosexualidad, no”, dijo Márquez, con casi las mismas palabras que hubiera usado un ministro de Margaret Thatcher para defender la malvada sección 28, una ley de 1988 que prohibía la supuesta promoción de la homosexualidad por los gobiernos locales, y que, con bestial rotundidad, impedía que los maestros de las escuelas del Estado describieran “la aceptabilidad de la homosexualidad como una presunta relación familiar”. La sección 28 fue abolida en el 2003 por el Parlamento de Westminster, que entonces tenía amplia mayoría laborista, en contra de la rabiosa oposición de los sectores más reaccionarios de la derecha británica, y de The Sun y The Daily Mail, esos santurrones. Ahora, hasta David Cameron se ha arrepentido de haber apoyado la sección 28, y ha pedido perdón a la comunidad gay por haber creído, dice él que sinceramente, en una idea tan necia como la de la “promoción de la homosexualidad”. En Cuba, tres años atrás, Márquez, denunció “la agenda internacional que promueve desde todos los niveles el homosexualismo”. Qué agenda es esa, y quién la promueve, Márquez no lo dejó claro. Pero a inicios de este año, en el belicoso Daily Mail, la columnista Melanie Phillips la describió como “una campaña despiadada del lobby gay para destruir el concepto mismo de lo que es un comportamiento sexual normal”. Phillips, que no tiene pelos en la lengua, dijo que en el Reino Unido, ahora, “casi todo está dirigido por la agenda gay”. David Cameron, que ha engendrado cuatro hijos, probablemente discrepa en este punto del Daily Mail, un periódico aún más conservador que él mismo.
En su artículo en Palabra Nueva, Márquez iba mucho más allá de condenar al CENESEX por intentar convertir en gays y lesbianas a muchachos y muchachas de perfecta, inmaculada disposición heterosexual. “Son muchos los psiquiatras”, se atrevió a decir, “también en Cuba, que siguen considerando la homosexualidad como un trastorno que se origina, en no pocos casos, en una dañada relación afectiva entre padres e hijos en los primeros años de la vida?” Como si fuera tan simple. “¿Por qué no hablar también de homosexuales que han dejado de serlo por su propia voluntad y que se declaran liberados de una triste atadura?”. Quizás Márquez pensaba en los infelices que han atendido clínicas de reeducación para homosexuales, no muy disimilares, en espíritu e intención, a las UMAP cubanas, como la que dirige en Minnesota el esposo de la congresista republicana Michelle Bachmann, que lucha por la nominación presidencial de su partido para las elecciones del 2012. Bachmann and Associates, la clínica que dirige Marcus Bachmann en Minnesota, alega haber encontrado una forma para curar la homosexualidad basada en la oración y el consejo de supuestos especialistas. Pero Bachmman y su mujer, la vociferante líder del Tea Party en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, han estado en el centro de una tormenta esta semana, después de que un blog, Think Progress, publicara el audio de una entrevista dada por el presunto exorcista a un programa radial de tema religioso el año pasado. “Tenemos que entender esto, los bárbaros necesitan ser educados. Necesitan disciplina. Solo porque alguien siente o piensa algo, no significa que deba ir por esa ruta. Eso es lo que se llama la naturaleza pecadora”. Por su parte, su esposa, que pretende reemplazar a Barack Obama en la Casa Blanca, dijo, en una conferencia en el 2004, que las personas con una “disfunción sexual”, o “desórdenes en su identidad sexual”, necesitan compasión, porque ello, explicó, “no es nada gracioso (…) es una vida muy triste (…) es parte de Satán”.
Lo que piensan los líderes católicos cubanos del matrimonio gay podemos colegirlo por el artículo publicado tres años atrás en Palabra Nueva, la revista de la Arquidiócesis de La Habana, por Orlando Márquez, el director. En “¿Llegamos o nos pasamos?”, Márquez mencionaba la carta que le envió una tal Hilda Mejías, quejándose de la transmisión de Brokeback Mountain en la televisión de la isla. Mejías dijo que la película de Ang Lee, ganadora del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, y de tres premios Oscar, le había provocado “asco”, y su transmisión, como parte de una jornada contra la homofobia organizada por el CENESEX, era “una barbaridad y falta de respeto a los televidentes”. Márquez evitó pronunciarse sobre los méritos de la película, pero señaló que la reacción de Mejías no era “exclusiva de católicos, o de otros cristianos que, desde sus criterios de fe, reaccionaron de modo semejante”. El Director de Palabra Nueva parecía horrorizado por las iniciativas del CENESEX, en particular las operaciones de cambio de sexo, aprobadas por el Ministerio de Salud Pública en el 2008, pero notó, aliviado, que Mariela Castro había dicho, ya entonces, “que de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo no hay nada”. Márquez dijo que la Iglesia consideraba que “promover el respeto y la no discriminación contra toda persona por su condición homosexual es un gesto digno de reconocimiento”. De la misma forma, tres años más tarde, el Cardenal Dolan justificaría su campaña contra el matrimonio homosexual alegando que había sido “pro-matrimonio, no anti-gay”. “Yo os amo”, escribió Dolan, dirigiéndose a los agraviados, “cada mañana oro con ustedes y por ustedes, y por vuestra verdadera felicidad y bienestar”. “Respeto a la persona homosexual sí, promoción de la homosexualidad, no”, dijo Márquez, con casi las mismas palabras que hubiera usado un ministro de Margaret Thatcher para defender la malvada sección 28, una ley de 1988 que prohibía la supuesta promoción de la homosexualidad por los gobiernos locales, y que, con bestial rotundidad, impedía que los maestros de las escuelas del Estado describieran “la aceptabilidad de la homosexualidad como una presunta relación familiar”. La sección 28 fue abolida en el 2003 por el Parlamento de Westminster, que entonces tenía amplia mayoría laborista, en contra de la rabiosa oposición de los sectores más reaccionarios de la derecha británica, y de The Sun y The Daily Mail, esos santurrones. Ahora, hasta David Cameron se ha arrepentido de haber apoyado la sección 28, y ha pedido perdón a la comunidad gay por haber creído, dice él que sinceramente, en una idea tan necia como la de la “promoción de la homosexualidad”. En Cuba, tres años atrás, Márquez, denunció “la agenda internacional que promueve desde todos los niveles el homosexualismo”. Qué agenda es esa, y quién la promueve, Márquez no lo dejó claro. Pero a inicios de este año, en el belicoso Daily Mail, la columnista Melanie Phillips la describió como “una campaña despiadada del lobby gay para destruir el concepto mismo de lo que es un comportamiento sexual normal”. Phillips, que no tiene pelos en la lengua, dijo que en el Reino Unido, ahora, “casi todo está dirigido por la agenda gay”. David Cameron, que ha engendrado cuatro hijos, probablemente discrepa en este punto del Daily Mail, un periódico aún más conservador que él mismo.
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Policías bromean con miembros del público durante la Marcha del Orgullo Gay en Londres, el pasado 2 de julio. |
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El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, oficia la boda de Jonathan Mintz y John Feinblatt el pasado 24 de julio. |
En una sociedad democrática, todas estas opiniones tendrían derecho a ser escuchadas, debatidas públicamente, y, si estuvieran basadas en error, prejuicio o maldad, serían debidamente rebatidas por los que tuvieran más elocuentes y veraces argumentos. Representantes de las iglesias cubanas, quizás el mismo periodista Márquez, irían a la Asamblea Nacional, y frente al país, tendrían que explicar sus ideas. Los líderes de la comunidad homosexual, si tal cosa existiera, podrían replicarles. No tendría que actuar la hija del presidente como intermediaria, por buenas que sean sus intenciones, ni sería ella quién decidiría quién gana qué, y qué pierde, al final del día. Pero eso, un debate plural, transparente, abierto en el actual Parlamento cubano, sería más asombroso aún que ver cómo el gobierno del Partido Comunista, que todavía no ha pedido perdón a los homosexuales cubanos por las persecuciones y abusos de todos estos años, hace, soñolientamente, este regalo, de algo que no le pertenece, a una Iglesia de la que está, en ideología y política, muy distante, y a a la que por demás, no duda en ofender o atacar, cuando se siente él mismo amenazado o desobedecido. La agresión, hace unos pocos días, contra un grupo de Damas de Blanco que salían del Santuario Nacional de El Cobre, calificada por el arzobispo de Santiago de Cuba, Dionisio García Ibáñez, de “indigna, injustificable”, muestra cuán poca consideración y respeto tienen los líderes cubanos por la jerarquía católica y sus feligreses. Aún así, los obispos cubanos parecen haberse salido con la suya en un asunto que a Raúl Castro, francamente, ocupado en parar la caída en picada del país, le importa un bledo. Ya se arreglará, en el futuro, lo que ahora quede desarreglado, por la obstinación de unos y la negligencia de otros. Entre un bando y otro, astutamente, se ha escurrido Mariela Castro. El año que viene podríamos ver a juan y juan, a maría y maría, a yuniel y yuniel, entrar, tomados de las manos, al Palacio de los Matrimonios del Prado, y firmar un papel que no los convertirá en matrimonio, sino, si tienen suerte, si no se enteran ni el Partido Comunista ni la Iglesia Católica, esos aguafiestas, en algo infinitamente más saludable y divertido.
Lo que a mí respecta creo que el matrimonio está en decadencia. No quisiera ver colas de homosexuales para divorciarse y mucho menos peleas entre ellos para quedarse con los bienes adquiridos en el matrimonio como ocurre en el mundo heterosexual. El mundo cambia, antes los homosexuales no pedían permiso a nadie para amar, compartir sus vidas y tener sexo. ¿A quién le importaba si lo rechazaban o lo aceptaban? A mí nunca me importó mucho y a muchos de mis amigos tampoco. Creo que éramos uno poco irreverentes. Ahora hay un contagio con el pensamiento retrogrado burgués y se quiere hacer todo muy formal. Yo no necesito la aprobación del estado, la iglesia o la sociedad para amar. Soy partidario de la unión libre, y estamos juntos mientras queramos y cuando no es así cada cual coge su caminito. Sin embargo, reconozco que en ocasiones es bueno y saludable tener un documento legal que dé seguridad a los miembros de “la pareja”. En mi caso tengo de beneficiario a mi (compromiso, pareja, novio, esposo) en mi seguro de vida y retiro privado. Es justo que no se quede con una mano delante y otra atrás si yo muriera primero. ¿Qué importancia puede tener este documento en la Cuba de Mariela Castro donde no hay nada que heredar?
ResponderEliminarEste es un tema en el cual el pragmatismo ha triunfado largamente sobre los ideales de participación... que muchas veces se quedan en eso, en teorías. Lamentablemente la Historia, o buena parte de ella, no la han construido las masas concientes de su derecho y poder, sino oscuros negociadores tras bambalinas.
ResponderEliminarUn articuló superaburrido y megalargo donde el hombre no deja claro o quizás si, su inspiración homofóbica al respecto.Pasando desde los Castros hasta La Margaret metió a todo el mundo en un pote.Además que se cojió el tiro por la culata pues la Dictadura prefirió dar salida legal a sus habitantes antes de aprobar el matrimonio Gay que por cierto no se trata de papeles sino de dejar claro simbólicamente en el mundo que todos los humanos tenemos los mismos derechos. Y ni hablar del Catolicismo que no es mas que una banda de represores. Con lución:Articuló caduco igual a MIERDA
ResponderEliminarAverigua Averiguador tu que lo Averiguas todo. Mariela Castro al igual que Alina "Castro" desde muy joven fueros chicas" Rebeldes" (Normal de hijos de Gobernantes o Millonarios) y muy apegadas a la Farándula Gay quienes le celebraban mucho.Era muy normal ver a Alina en los 80s estar rodeada de gays y gente nocturna al igual que a Mariela que por cierto ambas vivian muy cerca (Nuevo Vedado) y eran casi contemporáneas.Creo que por ello se debe su esfuerzo con los homosrxsuales.Una persona CLAVE de la que nunca se habla es de Rafael Espín un compositor e interprete a la Meme Solis primo directo de Mariela quien es homosexsual y jamas tuvo una vida política pero si defensor de los derechos gays en Cuba.Un tipo súper talentoso que desde muy joven ya tocaba varios instrumentos musicales y muy querido entre los músicos por su sencilles y respeto pero quien a la vez sufrió y sigue sufriendo los ataques homofobicos de muchos de sus compatriotas.A mi opinión es él el motor impulsor de Mariela y su proyecto que a pesar de ser oficial y de alguna forma apegado al régimen ,ella y el han sabido utilizar su estatus para apoyar y defender de alguna forma a aquellos que se encuentran mas abajo en la sociedad cubana a pesar que son los que mas follan pues antes y después de la Revolución, Cuba siempre fue una Isla de doble moral en ese aspecto y de noche Todos los gatos son negros.
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