Tom se sirve otro trago, un Gordon’s apagado, sifilítico. Fucking hell, masculla. No pregunta si yo quiero uno, Tom sabe que yo no bebo whiskey, y en esta casa lo único que hay para beber es whiskey y agua de la pila. Tom mira el Evening Standard, abierto sobre la mesa de la cocina. Pasa las páginas lentamente, con abotargada indiferencia.
- Fucking Cameron- susurra.- Fucking tosser.
No, fuck you, Tom, maldita sea. Son las mil de la noche y todavía yo estoy aquí, en este hueco pestilente que es la casa de Tom, esperando por Anubis. Ah-noo-bees, como dice Tom, hija de mala madre, lo peor que ha salido de Cuba. Mi prima Anubis, que quién sabe dónde está metida, seguro anda por ahí, mamándosela a cualquier tipo que le haya pagado un trago en un bar. Eso es lo único que Anubis jamás aprendió, pero al menos le sirvió para irse de Cuba, aunque haya terminado con el marrano de Tom en esta pocilga. En cualquier caso, es mejor que estar comiendo tierra en aquel cuartico de mierda del Cerro con el cabrón de Portela, que a estas alturas debe estar muerto, o dándoles las nalgas a los negros en el Combinado. Portela, qué tipo más miserable. “Mira, Orlito”, me dijo Anubis una vez, “yo me fui de Cuba para no matar a Portela. O me mataba él, o yo le rompía la cabeza con una cabilla, y la que iba a terminar en Manto Negro era yo”. Eso es mentira, Anubis se fue echando de Cuba como me fui yo, porque aquello no hay quien lo aguante, eso no va para ningún lado. Mucha hambre y mucha política. Pero al menos yo no tengo que templarme al asqueroso de Tom todas las noches, y aguantarle toda su porquería, la borrachera, la lloradera, toda la mierda que habla. El mismo día que le den la nacionalidad, Anubis se la va a dejar en la uña. Tom no le va ver el pelo nunca más en su vida. Pero como es Anubis, seguro que se busca otro igualito, un comemierda como Tom, que al menos nunca le ha dado un golpe, aunque miren que Anubis se ha ganado una pateadura, con la cantidad de tarros que le pone. Anubis tampoco está tan buena para conseguir nada mejor, en realidad está mala como carajo.
- ¿Tú crees que Anubis se va a demorar mucho más?- pregunto, en español. Tom no habla una palabra de español, pero entiende lo que yo quiero decir.
- You know, Orlando –pronuncia Orr-lan-doh, con fina embriaguez- she didn’t tell me.
Debería irme, como está la calle esta noche lo mejor que yo podría hacer sería largarme. Cuando venía para acá me llamó un socio que tengo en Oval, para decirme que en Brixton estaban rompiendo las tiendas y quemando carros. Parece que también están acabando en Clapham. Los jodíos chiquillos, están sueltos, no hay quien los controle. Van a terminar prendiéndole candela a toda la ciudad, no van a dejar en pie ni el Big Ben. Y esta mujer que no acaba de llegar. Si no fuera por mi madre, Anubis no me iba a encontrar ni debajo de la tierra, pero la vieja no me deja en paz, ayuda a tu prima, mijo, que está pasando mucho trabajo, dale una vuelta cuando puedas. Trabajo estoy pasando yo, no me jodas. Anubis no tiene ni siquiera que trabajar, lo único que tiene que hacer es restregarse contra Tom todas las noches hasta que el cretino repugnante este se venga. Pero eso no se lo puedo decir a la vieja, que la niñita flaquita y bobita que ella recuerda es ahora un bicho malo, que se las sabe todas. Llamo de nuevo, pero el teléfono de Anubis sigue apagado. The number you are trying to reach is not available at the moment. Please, leave a message after the tone. Coño, Anubis, coge el teléfono. Tom me observa, súbitamente divertido por el espectáculo de mi impaciencia.
- Take it easy, mate.
Mi teléfono suena, pero no es Ah-noo-bees, sino Renato, que llama para preguntar cuál es la situación en mi barrio. En Hackney, dice Renato, hay bandas de muchachos atacando a la policía, parece que hay varias tiendas ardiendo. “Estoy en casa de mi prima, en Queen’s Park”, le digo, “aquí todo está tranquilo”. No he oído nada de Shepherd’s Bush, cuando salí de la casa todo estaba en calma, pero como están las cosas, a lo mejor lo arrasaron ya y no me he enterado. Yo tengo tan mala suerte, que a lo mejor me tengo que quedar a dormir aquí, en casa de Anubis, y tengo que oír al puerco de Tom roncando toda la noche. Ya eso me pasó una vez, y no me vuelve a pasar. Una vez que yo regresé de Cuba después de pasarme dos meses allá, y no tenía dónde quedarme. Anubis me recogió, pero si yo llego a saber cómo eran las cosas en esta casa, hubiera preferido dormir en Victoria Station. Renato empieza a quejarse de la policía, que no tiene la menor idea de qué hacer en una situación como esta. “En Brasil”, dice Renato, “la policía nunca habría dejado que las cosas llegaran a este punto”. Desde que yo conozco a Renato, he oído esa frase cien mil veces, “en Brasil esto”, “en Brasil lo otro”. La comida de Brasil, las mujeres de Brasil, las playas de Brasil, el fútbol de Brasil, el clima de Brasil, las hojas de los árboles de Brasil. Give me a fucking break. Ahora es la policía de Brasil, la maravilla. A mí me cae bien Renato, lo conocí hace dos o tres años, nos veíamos en el Fitness First de Hammersmith. Yo vivía por ahí, en Banim Street, detrás de Secrets, y él trabajaba para Southern Electric, creo, en una oficina detrás del mall de King Street. Es un buen tipo, nos hemos seguido viendo de vez en cuando, él vive ahora por Shoreditch. Él me avisa cuando hay algo por allá, una fiesta, o un nuevo restaurant brasileño, él casi siempre me invita. A veces él viene a Shepherd's Bush, y nos tomamos una cerveza en The Havelock o en The Bird in Hand, y vemos un partido de fútbol. Arsenal contra cualquiera, la mayor parte de las veces. No es nada, yo le caigo bien, y le gusta conversar conmigo, pero no soy su tipo, él se los busca bastante más grandes y fuertes que yo. Renato dice que en Croydon le prendieron candela a una tienda de muebles y está ardiendo una manzana entera. “Este país está cada vez peor”, dice. “Deberían recoger a todos esos desgraciados y mandarlos para un gulag en Siberia”. Renato pasará todo el tiempo hablando de lo bueno que está Brasil y la mierda que es Inglaterra, pero lleva quince años en Londres, y no parece que esté muy apurado por irse. Ahora trabaja para British Gas, en sustainability, u otra espesa idiotez por el estilo, y está ganando bastante dinero. “Si las cosas se calman”, dice, “¿quieres hacer algo este fin de semana? Hay un sitio nuevo en Islington que deberíamos probar. En Gaskin Street. ¿Sabes dónde está Carluccio? Está al doblar de Carluccio”.
Tom, mientras tanto, está cortándose las uñas de los pies, como si estuviera solo en casa. Es un animal. Va formando un montoncito de recortes en la esquina de la mesa. Tararea:
London’s burning with boredom now
London’s burning, dial 99999
Yo no tengo la menor idea de qué está cantando Tom, seguro algo que solo él conoce. Pero no le voy a dar el gusto de preguntarle, eso es lo que él quiere, para darme una conferencia sobre la historia del rock británico. Una vez, en esa época en que me quedé aquí, le pregunté qué estaba cantando, me estaba volviendo loco con un estribillo, un insensato ritornello, life shows no mercy, life shows no mercy, life shows no mercy…
- It’s the Stranglers, mate. Don’t tell me you don’t know the Stranglers. Fucking hell.
Tom, mate, yo no nací en la Edad de Piedra como tú, sino en fucking 1972, el año de la Emulación Socialista, en Cuba, el país más atrasado del mundo. Lo que había en la televisión cuando yo nací no era proto punk rock, sino Héctor Téllez. Aquella vez, Tom se lanzó a darme toda una clase sobre The Stranglers, mientras Anubis se reía detrás de él y hacía muecas, como si estuviera vomitando. Tom quiso sacar el disco y ponerlo, pero Anubis le dijo que por nada del mundo íbamos nosotros a escuchar esa gritería, que ya estaba cansada de oír esa música de mierda que ella no entendía y que la volvía loca, y que ella y yo teníamos que salir a comprar unas cosas para mandar a Cuba con un amigo que se iba para La Habana en esos días. Lo del amigo era verdad, aunque no era en realidad un amigo, un tal Vladimir, un profesor de la universidad que estaba en Londres haciendo una beca y tenía que regresar a Cuba, a regañadientes, porque tenía la madre enferma, y no tenía quién la cuidara. Fuimos a Primark a comprar unas boberías, blúmers, calzoncillos y medias. “Orlito”, me dijo Anubis, “hay días que me dan ganas de salir corriendo, y decirle al comemierda ese que se meta el pasaporte por dónde mejor le quepa. Pero me contengo, me digo, Anubis, tú estás muy vieja ya para volver a pasar trabajo en Cuba. Primero me ahorco antes de volver a Cuba”. Anubis le ha estado pegando los tarros a Tom desde la primera vez que salieron juntos en La Habana. Dejó a Tom en la casa donde se estaba quedando, y se fue directamente para casa de Odisel, un mulatico pinguero que se debe haber templado a la mitad de los turistas que han pasado por Cuba, hombres y mujeres. Lo de Anubis es demasiado, hasta se empató con un tipo en el avión en que vino de Cuba con Tom, después de casarse, un negrón que trabaja en un almacén de Sainsbury’s en Seven Sisters o en Finsbury Park, en un lugar de esos. Yo lo conocí una vez, típico cubano, se cree que es más vivo que el diablo y que va a terminar siendo el dueño de Sainsbury’s, aunque su negocio de verdad es entrar celulares a Cuba, y sacar tabaco, con un contacto que tiene en la aduana del aeropuerto. Anubis todavía lo ve de vez en cuando, y hasta lo ha traído a casa de Tom, se lo ha presentado al imbécil de su marido como si fuera un viejo amigo de Cuba. Tom tiene que ser anormal, porque no es posible que no se dé cuenta de lo que Anubis anda haciendo por ahí. Si lo hace casi delante de él. Una vez, Tom estaba de viaje, fuera de Londres, y Anubis hizo una fiesta cubana en la casa, con una clase de tipos a los que ni siquiera en Cuba yo me habría acercado. Estoy seguro que se había pasado al menos la mitad de los tipos que estaban en esa fiesta, y la otra mitad la tenía en plan. Tremenda borrachera, todo el mundo bailando descalzo, los hombres sin camisa, un relajo. Y en eso Tom llamó desde la esquina, que estaba llegando. Se formó tremenda corredera. Pero Anubis es la mejor, es increíble esa mujer, convenció a Tom de que la cubanada aquella estaba celebrando el nacimiento del primer hijo de uno de ellos y que la fiesta había sido improvisada. Si Portela no pudo meter en cintura a Anubis, con todos los piñazos que le dio, mucho menos lo va a hacer Tom, que no sabe del cuento la mitad. Tom tiene que haber nacido para cabrón, su estupidez es holística.
Tom pone la televisión. “A Question of Sport”. Sue Barker pregunta: “¿Qué jugador entró como substituto en las finales de la Copa de la Football Association en 1999 y 2006, anotando un gol después de solo dos minutos en el primero de esos juegos, y en la tanda de penalties del segundo?” En la pantalla, Phil Tufnell parece rotundamente perplejo. “Teddy Sheringham”, dice Tom, sin vacilación. Para eso es para lo único que este hombre parece servir, para recordar información absolutamente inútil. Por eso es que tiene cincuenta y dos años, un sueldo de 28 mil, y vive en esta cochiquera con una cubana que no puede ser más puta y más malagradecida. Tom empieza a pasar canales, llega a Sky News. Una turba está atacando los restaurantes de Ealing. Clapham Junction, arrasada. Una tienda de disfraces está ardiendo. Los malditos chiquillos salen corriendo de las tiendas con televisores, iphones, jeans, cajas de cerveza. Espérate un momento, ¿de todas las tiendas de Clapham, los chiquitos vinieron a prenderle fuego a una tienda de disfraces?
- This country is going to the dogs. Fucking kids.
Ahí está Anubis, entrando por la puerta. Ya yo estaba a punto de irme, como está la cosa no sé cómo voy a regresar a Shepherd’s Bush si pierdo el último metro. Pero mi madre me dijo que hiciera esto en persona, por eso me he quedado esperando hasta ahora, aguantando a Tom, y aguantándome, para no darle un gaznatón. Anubis pasa al lado de Tom sin mirarlo, tira la cartera en el sofá, me viene encima. “¿Qué tú haces aquí a esta hora? ¿Qué pasó?”. Cada vez que la veo me parece más vieja, tiene 33 nada más pero ya parece que tiene 40. Lo mejor es decir lo que tengo que decir de una vez, con exquisita brutalidad.
- Tu papá se murió.
El rostro de Anubis está cubierto por varias máscaras superpuestas, cansancio, autoconmiseración, hipocresía. Es como si no la sorprendiera la noticia, todo el mundo se tiene que morir algún día, ¿no? Explico los detalles, con creciente rabia, me he pasado toda la noche esperándola y a esta mujer ni siquiera le importa que su padre se haya muerto. Llamaron de Cienfuegos anoche, le digo.“Mi madre me mandó un email hoy, me dijo que seguro tú no sabías nada”. Anubis llena un vaso de agua de la pila. Bebe, parsimoniosamente.
- Bueno. ¿Qué tú le vas a hacer a eso?
Me levanto para irme. Tom está repantigado en un butacón, medio dormido. En la televisión aparece Old Spice. Hello, ladies. Look at your man. Now, back to me. Now, back to your man. Now back to me. Sadly, he isn’t me. But if he stopped using ladies’ scented body wash and switched to Old Spice, he could smell like he’s me. Anubis me acompaña hasta la puerta. “Todavía te da tiempo de coger el metro”. A estas alturas qué más da, como si tengo que caminar hasta Shepherd’s Bush, lo único que quiero es irme de esta ratonera, me estoy ahogando. En la entrada del edificio hay tres muchachos fumando, tres chavs melancólicos. Uno de ellos es una hembra, me parece. En el otro lado de Londres se estará acabando el mundo, pero aquí la noche es casi químicamente tranquila, honda, ancha, peligrosa.
Me levanto para irme. Tom está repantigado en un butacón, medio dormido. En la televisión aparece Old Spice. Hello, ladies. Look at your man. Now, back to me. Now, back to your man. Now back to me. Sadly, he isn’t me. But if he stopped using ladies’ scented body wash and switched to Old Spice, he could smell like he’s me. Anubis me acompaña hasta la puerta. “Todavía te da tiempo de coger el metro”. A estas alturas qué más da, como si tengo que caminar hasta Shepherd’s Bush, lo único que quiero es irme de esta ratonera, me estoy ahogando. En la entrada del edificio hay tres muchachos fumando, tres chavs melancólicos. Uno de ellos es una hembra, me parece. En el otro lado de Londres se estará acabando el mundo, pero aquí la noche es casi químicamente tranquila, honda, ancha, peligrosa.
me recordó a Salinger, me gustó mucho la historia, gracias
ResponderEliminaralejo
te falta un "a"...donde dice:
ResponderEliminar"Ya estas alturas"
Por lo demás, muy sabroso...
¡Gracias! Arreglado.
ResponderEliminarMe gustó, inquietante...
ResponderEliminarHola Juan,
ResponderEliminarComencé a leerte en Junio con "La boca Besada", y desde ahí me he ido devorando cada escrito tuyo. Me gusta mucho como escribes, creo que eres muy bueno en tu profesión y te felicito por ello. Soy cubano. Ojalá pudiera conocerte, te invitaría a un café.
Un admirador desde el otro lado del mundo...
Duviel