He visto, al fin, José Martí: el ojo del canario, que toda Cuba parece haber visto ya. De la isla llegaban a Londres noticias asombrosas, relatos de espectadores que lloraron y moquearon en el Yara y el Riviera, y aplaudieron al final de la función como si hubieran escuchado a María Callas cantar “Casta Diva” en la Scala.
“Bella, valiente, comprometida”, me escribe un amigo. “Un Martí cercano que increpa a los cubanos de estos tiempos”. “Fernando Pérez”, dictaminó en Granma el incansable Rolando Pérez Betancourt, “reafirma su oriflama de maestro”. “Otra espléndida película de Fernando Pérez”, sentenció Joel del Río en La Jiribilla, “opus personalísimo y valioso”. Incluso Carlos Espinosa Domínguez, escribiendo para Cubaencuentro, aunque juzgó exagerada la reacción de los espectadores de la isla, admitió que la película es una “obra de valores estéticos muy sólidos y notables”, merecedora “de nuestra atención y nuestro aplauso”. La crítica cubana eligió a José Martí: el ojo del canario como la mejor producción cinematográfica nacional del 2010, una decisión que no debe haberles tomado mucho tiempo, puesto que la película de Fernando Pérez no estaba compitiendo contra obras de Scorsese, Haneke, Wong Kar Wai o Hou Hsiao Hsien, sino contra Lisanka, una historia de amor ruso-cubana en los días de la Crisis de los Misiles. Francamente…
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Damián Rodríguez como José Martí, en José Martí: el ojo del canario. |
La película de Fernando (lo llamo Fernando, como si lo conociera) es quizás menos buena de lo que nuestro desbordado entusiasmo nos dejaría admitir. Los elogios dedicados a la película son sinceros, pero mezclan la admiración y la sorpresa, o incluso alivio, porque lo que pudo ser una catástrofe artística e historiográfica, el relato de la niñez y adolescencia de José Martí, resultó, a la postre, si no una obra maestra, sí una dignísima. El cine cubano de la última década ha sido tan decepcionante, tan deficiente en su realización, tan aburrido y repetitivo, tan timorato o diplomático en sus pronunciamientos, tan rematadamente provinciano, que se pueden contar con los dedos de una mano las películas que no han sido despachadas inmediatamente hacia la eterna nada cinematográfica con un colectivo, rotundo bah del público. “Es más de lo mismo”, dicen los sufridos espectadores cubanos a la salida del Yara, cuando uno les pregunta qué piensan de Casa Vieja o Larga Distancia. El mismo Fernando Pérez terminó, antes de la película sobre Martí, el indescriptible bodrio titulado Madrigal, una película tan irredimiblemente mala, tan pomposa, tan estridente en su ambición, tan pedante y afectada, que no parecía hecha por el mismo director de Madagascar, a la que incluso The New York Times, que no presta ninguna atención a las películas de Cuba, calificó de “extraordinaria meditación sobre la promesa perdida de la juventud y la revolución”. Más recientemente, las películas cubanas más populares, las más divertidas y elocuentes, han sido las que en pocos minutos, con ejemplar modestia formal, y con aún más admirable coraje, han dicho de Cuba y de nosotros algo que era imprescindible, impostergable decir. ¿Hay acaso recuento más justo, más soberanamente contundente de la descocada “Batalla de Ideas” de Fidel que la magnífica Utopía, de Arturo Infante? ¿Puede alguien citar una novela cubana, o un ensayo, o una película documental, que más efectivamente muestre la desfachatada intromisión de la Seguridad del Estado en todos los rincones de la vida de Cuba, que Monte Rouge, de Eduardo del Llano? ¿Se ha visto mejor la insensatez, la intrincada imbecilidad de la prensa estatal cubana, que en Brainstorm, también del lenguaraz Del Llano? ¿No es mejor Fuera de Liga, el documental sobre la gloria y la decadencia del equipo Industriales, filmado por Ian Padrón, que casi cualquier otra película dedicada al tema de la división nacional, del exilio, de las misteriosas razones que mantienen unidos, incluso en la distancia, a los cubanos? No por gusto esas películas, mal vistas por las autoridades culturales cubanas y por los ideólogos del Partido, circularon rápidamente dentro y fuera de la isla, en discos quemados y memorias flash, pasaron de mano en mano desde el director o el editor hasta llegar a remotos, despistados espectadores, y al final tuvieron un público más amplio y plural, y causaron más duradera impresión, que si hubieran sido exhibidas en los cines de La Habana, lo que les hubiera quitado algo de brillo, hubiera hecho que verlas no fuera casi un acto de subversión.
Fernando Pérez produjo una de esas películas, la conmovedora Suite Habana, que el Times describió como “un elusivo pero intermitentemente hermoso poema cinematográfico”, y que sí fue exhibida en los cines cubanos, quizás porque en ella nadie decía nada, los personajes parecían existir en un silencio cuánto más obstinado, más estruendoso. Entre los largometrajes de los últimos años, solo Viva Cuba, de Juan Carlos Cremata, que encantó por igual al jurado de Cannes y a miles de cubanos, y Barrio Cuba, que Humberto Solás terminó poco antes de morir, pudieran haber tenido consecuencias culturalmente equivalentes a las de los filmes anteriores. La de Solás no gustó a casi nadie, por lúgubre, por enredada, por implacable en su descripción del paisaje social post revolucionario. Pero Viva Cuba quizás haya conmovido y divertido tanto a los espectadores de la isla como ninguna otra película desde Fresa y Chocolate, aunque, en lo ideológico, sea más conciliadora, menos provocadora, que la película de Titón, o, entre las más recientes, por ejemplo, Fuera de Liga. Por eso mismo Viva Cuba, a pesar de haber sido producida fuera del ICAIC, fue exhibida generosamente en todos los cines todavía abiertos en la isla, mientras Fuera de Liga fue al fin estrenada en Canal Habana, la estación de televisión de la capital, con cinco años de atraso, y solo después de que su director, Padrón, enviara por email una carta a “todos los artistas cubanos” reclamando que el veto sobre su película fuera levantado. La carta debe haber asustado a algún funcionario en el Departamento Ideológico del Partido, a José Ramón Balaguer, a Esteban Lazo o a cualquier otro gaznápiro. Como consecuencia, los habaneros, ya que no el resto de los cubanos, pudieron presenciar un momento mágico del cine nacional, ese en que el Duque Hernández, que fue pitcher estrella de los Industriales, y de los Yankees de Nueva York, mirando a la cámara, dice: “Yo no soy un traidor. Porque tú te hayas ido de Cuba, no se puede decir que no seas cubano”.
Fernando Pérez produjo una de esas películas, la conmovedora Suite Habana, que el Times describió como “un elusivo pero intermitentemente hermoso poema cinematográfico”, y que sí fue exhibida en los cines cubanos, quizás porque en ella nadie decía nada, los personajes parecían existir en un silencio cuánto más obstinado, más estruendoso. Entre los largometrajes de los últimos años, solo Viva Cuba, de Juan Carlos Cremata, que encantó por igual al jurado de Cannes y a miles de cubanos, y Barrio Cuba, que Humberto Solás terminó poco antes de morir, pudieran haber tenido consecuencias culturalmente equivalentes a las de los filmes anteriores. La de Solás no gustó a casi nadie, por lúgubre, por enredada, por implacable en su descripción del paisaje social post revolucionario. Pero Viva Cuba quizás haya conmovido y divertido tanto a los espectadores de la isla como ninguna otra película desde Fresa y Chocolate, aunque, en lo ideológico, sea más conciliadora, menos provocadora, que la película de Titón, o, entre las más recientes, por ejemplo, Fuera de Liga. Por eso mismo Viva Cuba, a pesar de haber sido producida fuera del ICAIC, fue exhibida generosamente en todos los cines todavía abiertos en la isla, mientras Fuera de Liga fue al fin estrenada en Canal Habana, la estación de televisión de la capital, con cinco años de atraso, y solo después de que su director, Padrón, enviara por email una carta a “todos los artistas cubanos” reclamando que el veto sobre su película fuera levantado. La carta debe haber asustado a algún funcionario en el Departamento Ideológico del Partido, a José Ramón Balaguer, a Esteban Lazo o a cualquier otro gaznápiro. Como consecuencia, los habaneros, ya que no el resto de los cubanos, pudieron presenciar un momento mágico del cine nacional, ese en que el Duque Hernández, que fue pitcher estrella de los Industriales, y de los Yankees de Nueva York, mirando a la cámara, dice: “Yo no soy un traidor. Porque tú te hayas ido de Cuba, no se puede decir que no seas cubano”.
José Martí: el ojo del canario, en algunos momentos, abandona su discreción, su disciplina retórica, se dirige al público con la misma ronca franqueza del Duque Hernández en Fuera de Liga. En una escena, una clase en el Colegio San Pablo, a finales de 1868, los chiquillos discuten qué es la democracia. “Creo yo, maestro, que para que haya democracia, debe haber libertad”, dice uno. “¡Por eso en Cuba no hay democracia!”, grita otro discípulo. El amigo favorito de Martí, Fermín Valdés Domínguez, interviene: “Miren, por ejemplo, yo quiero hacer un periódico y le voy a poner El Diablo Cojuelo. Pero sin embargo, no me dejan publicarlo porque no les conviene el contenido que voy a reflejar. ¿Qué quiere decir esto? Que en Cuba no hay ni libertad de prensa ni libertad de expresión, ni muchas otras libertades…” El maestro intenta calmar a los muchachos, pero uno sale a ripostar a Fermín: “¿Sabes lo que significa, Fermín, un país democrático con libertad de expresión y libertad de prensa? Un país democrático con libertad de prensa y libertad de expresión significaría el caos, Fermín”. “Como ciudadano”, Fermín casi se atraganta de la indignación, “tengo todo el derecho de reflejar mis ideas”. Otro salta: “¿Por qué yo no puedo decir lo que pienso? ¡Yo no me siento representado por este gobierno, y no me sirve de nada!” El maestro suplica: “¡Volvamos a la antigua Grecia!” “Maestro, maestro, ¿la democracia no es el poder del pueblo?” Uno chilla: “¡Aquí mandan los que tienen que mandar, y seguirán mandando!” El joven Martí se levanta al fin: “Maestro, yo sí creo que en Cuba hay democracia. Esa democracia está en Yara, y está en las fuerzas de Carlos Manuel de Céspedes que en estos momentos están luchando por toda la libertad de los cubanos”. Ah, Martí, siempre tan solemne, incluso a los dieciséis años. Es este quizás el pasaje más tosco de la película, el menos esmerado, la alegoría es demasiado clara, el texto es excesivamente panfletario, casi infantil, por ingenuo, por transparente en su intención. Pero es el pasaje más escandaloso. Fernando Pérez parece haberles dado instrucciones a sus jóvenes actores para que dijeran sus parlamentos en su propia voz, sin hacer ningún intento por impostar el tono, el acento, el vocabulario o la dicción de caballeritos habaneros de mitad del siglo XIX. Los personajes parecen ser estudiantes de la Universidad de La Habana en el 2011, no del Colegio San Pablo en época del Capitán General Dulce. Las actuaciones de los muchachos son esforzadas, intensas, pero su anacronismo es desconcertante, y por eso, aunque rompa el orden y el tono de la narración, es más efectivo.
En Café Fuerte, un sitio de noticias sobre Cuba que en muy poco tiempo se ha vuelto de los más activos y mejor informados, dos críticos, Alejandro Ríos y Roberto Madrigal, discreparon sobre el significado y valor de esa escena. Ríos, que conduce un programa de cine en AmericaTeVe-Canal 41, en Miami, cree que esa escena, y otra, en que Martí se enfrenta al tribunal militar español, acusado de traición, “resumen la ira de los jóvenes en una sociedad que no los toma en cuenta para decisiones importantes, ni los deja desarrollarse libremente (…) los diálogos puestos en boca de los personajes para ambos casos, recuerdan las pocas veces que representantes de la juventud cubana han podido emplazar a la gerontocracia gobernante y atenerse a las consecuencias”. Madrigal, un periodista y escritor que en su blog, Diletante sin Causa, se define como “aficionado obsesivo del cine, la literatura y la pelota”, tiene una opinión meticulosamente opuesta: “En varios momentos se habla de la necesidad de la democracia y se monserga contra la opresión de los colonialistas, pero este enfoque ya demodé, necesita de una excesiva lectura contextual, intratextual e intertextual para que tenga alguna resonancia y cualquier afán de protesta se vuelve así paniaguado. Aquí también (Fernando Pérez) parece obsesionado porque se le entienda y termina cayendo en un didactismo pueril que le quita cualquier gracia posible a la película”. Los críticos de la isla, sospechosamente, ignoraron las posibilidades simbólicas de ese pasaje, hicieron como si no lo hubieran visto. Solo en Granma, Pérez Betancourt, notó que “el desenfado verbal” de la escena es “muy al estilo de nuestros días (…) quizás a propósito”. A Fernando Pérez, Marianela González, que lo entrevistó para La Jiribilla, no le preguntó qué resonancias podría tener en nuestro turbulento presente la escena de la discusión de los adolescentes en San Pablo, ni por qué los personajes hablan de la democracia o la libertad de expresión en términos tan generales, que, al mencionar al gobierno que no los representa, podrían estarse refiriendo no al de Dulce, sino al de Raúl Castro. Menos mal, porque Fernando, tan honesto siempre, podría haberle dicho a su entrevistadora un par de cosas impublicables en la injiribillesca Jiribilla. González preguntó, en cambio: “¿Cuánto necesitamos hoy un Martí humano?” La respuesta, concisa, irreprochable, como si fuera para una pregunta mejor: “Me sentiría muy feliz si el espectador cubano y sobre todo los jóvenes, viendo esta película y reflejándose en este hombre, se preguntaran: ¿por qué amo a Cuba, qué hago por Cuba?”
En Café Fuerte, un sitio de noticias sobre Cuba que en muy poco tiempo se ha vuelto de los más activos y mejor informados, dos críticos, Alejandro Ríos y Roberto Madrigal, discreparon sobre el significado y valor de esa escena. Ríos, que conduce un programa de cine en AmericaTeVe-Canal 41, en Miami, cree que esa escena, y otra, en que Martí se enfrenta al tribunal militar español, acusado de traición, “resumen la ira de los jóvenes en una sociedad que no los toma en cuenta para decisiones importantes, ni los deja desarrollarse libremente (…) los diálogos puestos en boca de los personajes para ambos casos, recuerdan las pocas veces que representantes de la juventud cubana han podido emplazar a la gerontocracia gobernante y atenerse a las consecuencias”. Madrigal, un periodista y escritor que en su blog, Diletante sin Causa, se define como “aficionado obsesivo del cine, la literatura y la pelota”, tiene una opinión meticulosamente opuesta: “En varios momentos se habla de la necesidad de la democracia y se monserga contra la opresión de los colonialistas, pero este enfoque ya demodé, necesita de una excesiva lectura contextual, intratextual e intertextual para que tenga alguna resonancia y cualquier afán de protesta se vuelve así paniaguado. Aquí también (Fernando Pérez) parece obsesionado porque se le entienda y termina cayendo en un didactismo pueril que le quita cualquier gracia posible a la película”. Los críticos de la isla, sospechosamente, ignoraron las posibilidades simbólicas de ese pasaje, hicieron como si no lo hubieran visto. Solo en Granma, Pérez Betancourt, notó que “el desenfado verbal” de la escena es “muy al estilo de nuestros días (…) quizás a propósito”. A Fernando Pérez, Marianela González, que lo entrevistó para La Jiribilla, no le preguntó qué resonancias podría tener en nuestro turbulento presente la escena de la discusión de los adolescentes en San Pablo, ni por qué los personajes hablan de la democracia o la libertad de expresión en términos tan generales, que, al mencionar al gobierno que no los representa, podrían estarse refiriendo no al de Dulce, sino al de Raúl Castro. Menos mal, porque Fernando, tan honesto siempre, podría haberle dicho a su entrevistadora un par de cosas impublicables en la injiribillesca Jiribilla. González preguntó, en cambio: “¿Cuánto necesitamos hoy un Martí humano?” La respuesta, concisa, irreprochable, como si fuera para una pregunta mejor: “Me sentiría muy feliz si el espectador cubano y sobre todo los jóvenes, viendo esta película y reflejándose en este hombre, se preguntaran: ¿por qué amo a Cuba, qué hago por Cuba?”
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Fernando Pérez |
La película de Fernando Pérez ha sido celebrada por trocar el Martí monumental de la Plaza de la Revolución y los discursos de Fidel por un niño débil y asustado, al que otros niños empujan y llaman “mariquita” y “penco”. A los espectadores cubanos, que quizás imaginaban que Martí ni siquiera sudaba, parece haberles impresionado profundamente ver a Martí, todavía muchachito, masturbándose con rígida determinación, o confesando, en carta a su maestro Mendive, que tan desolado está que ha considerado matarse. Los cubanos parecen haber quedado perplejos al ver que de un niño triste, de un adolescente atormentado por la tiranía de su padre y la pobreza y oscuridad de su casa y su ciudad, puede salir un héroe, el campeón de un pueblo, el enemigo más implacable de una tiranía. Cuántos de esos espectadores habrán tomado en sus manos un libro de discursos, artículos o poemas de Martí después de ver esta película, es cosa que nunca sabremos. Pero algunos lo habrán hecho, y ese es un beneficio adicional del filme de Fernando Pérez. Si por cada busto de Martí que hay en las escuelas de Cuba, y por cada estatua suya colocada en los parques de los pueblos más recónditos de la isla, tuviera el Apóstol un dedicado lector, no estaríamos como estamos. No porque esté en alguna parte de sus Obras Completas el remedio fácil para la pobreza, o el método mejor para organizar el gobierno de la República, sino porque quizás se hubiera extendido más entre nosotros el efecto y la inspiración del ideal democrático martiano, tan frágil y tan simple, tan cristalinamente puro, y hasta ahora, después de tantas idas y venidas, todavía inalcanzable para nuestra imaginación, nuestra voluntad y nuestro carácter.
Con cada década que pasa, Martí se vuelve más antiguo, en estilo y referencias. Con cada nuevo crimen político cometido en nombre de la revolución, se vuelve más de mármol o yeso. Cada acto de gobierno que coarta, limita o impide “el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”, repite Dos Ríos. Cada infame acto de repudio, cada salida rampante de las turbas de La Habana contra mujeres y hombres indefensos, cada arresto injustificado, cada destierro forzado, cada insulto o acusación proferidos contra quienes no tienen derecho a replicar o defenderse, cada vez que un cubano es llamado “mercenario” o “traidor” por otro cubano solo por pensar y escribir ideas distintas, cada acto de censura o despotismo, hace a Martí más distante, aleja más nuestra Cuba de la Cuba que él, asombrosamente, creó en su imaginación con solo su esperanza, y este pobrísimo material, nosotros. En las escuelas de la isla, los niños siguen recitando los poemas de La Edad de Oro. A la casita de la calle Paula continúan acudiendo visitantes, escolares, familias, estudiantes universitarios recién llegados a La Habana. Los adolescentes aprenden, de memoria, en las escuelas secundarias, que Martí organizó la guerra contra España para “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. En concursos de trepidante mediocridad, los participantes disertan sobre los más peliagudos aspectos de la obra martiana, “Martí y la mujer” o “Martí y Nuestra América”. Pero Martí se va volviendo más lejano e incomprensible, desterrado, también él, a una región de sueños frustrados, de ideales imposibles, de causas desesperadas, de indescifrables utopías. El fervor con que la película de Fernando Pérez ha sido recibida en Cuba quizás pruebe que no está aún tan lejos de nosotros, y que es posible todavía, si queremos, traerlo de vuelta por un instante, o al menos recordar, fugazmente, cómo, alguna vez, por sus poemas, por un puñado de frases famosas, por su vida y su muerte magníficas, quisimos, pudimos ser. Pero es mejor no exagerar, esta es solo una película. Imagino que ya Fernando Pérez está haciendo otra, sobre cualquier otro tema.
Con cada década que pasa, Martí se vuelve más antiguo, en estilo y referencias. Con cada nuevo crimen político cometido en nombre de la revolución, se vuelve más de mármol o yeso. Cada acto de gobierno que coarta, limita o impide “el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”, repite Dos Ríos. Cada infame acto de repudio, cada salida rampante de las turbas de La Habana contra mujeres y hombres indefensos, cada arresto injustificado, cada destierro forzado, cada insulto o acusación proferidos contra quienes no tienen derecho a replicar o defenderse, cada vez que un cubano es llamado “mercenario” o “traidor” por otro cubano solo por pensar y escribir ideas distintas, cada acto de censura o despotismo, hace a Martí más distante, aleja más nuestra Cuba de la Cuba que él, asombrosamente, creó en su imaginación con solo su esperanza, y este pobrísimo material, nosotros. En las escuelas de la isla, los niños siguen recitando los poemas de La Edad de Oro. A la casita de la calle Paula continúan acudiendo visitantes, escolares, familias, estudiantes universitarios recién llegados a La Habana. Los adolescentes aprenden, de memoria, en las escuelas secundarias, que Martí organizó la guerra contra España para “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. En concursos de trepidante mediocridad, los participantes disertan sobre los más peliagudos aspectos de la obra martiana, “Martí y la mujer” o “Martí y Nuestra América”. Pero Martí se va volviendo más lejano e incomprensible, desterrado, también él, a una región de sueños frustrados, de ideales imposibles, de causas desesperadas, de indescifrables utopías. El fervor con que la película de Fernando Pérez ha sido recibida en Cuba quizás pruebe que no está aún tan lejos de nosotros, y que es posible todavía, si queremos, traerlo de vuelta por un instante, o al menos recordar, fugazmente, cómo, alguna vez, por sus poemas, por un puñado de frases famosas, por su vida y su muerte magníficas, quisimos, pudimos ser. Pero es mejor no exagerar, esta es solo una película. Imagino que ya Fernando Pérez está haciendo otra, sobre cualquier otro tema.
Ay, Juan O, qué reflexión martiana más necesaria!!
ResponderEliminarNo he visto la peli aún, pero me esforzaré :)
profe, cuantas cosas podria decirle en este apretadito cuadro sobre todo lo que reluce en sus lineas. si le soy sincero al terminar me senti como si hubiera escuchado el requiem de verdi, y por favor no me malintreprete, pero lo que comence a leer pensando que serian solamente sus impresiones sobre la pelicula, terminaron haciendo un seria introspeccion en lo que la juventud cubana es y tiene por delante. recuerdo una clase suya donde nos hacia un analisis de un articulo de El País, y alguien indignado le inquirio sobre cuando nos iba a enseñar los modos de Jueventud Rebelde y Granma... y es que de cierta manera creo que la vida de este pais es la que su pueblo se merece por conformarse con simplemente "resolver".
ResponderEliminarquiero ver en sus lineas mas alla de la pelicula, aunque si dejar ir a Marti.
mire para que tenga una idea de por donde vamos, la facultad ya se mudo, ahora esta cerca de bohemia, bajo la mirada directa del comite central, el poligrafico de arquitectura estalinista, como estalinista es lo que se cocina en sus grices locales, el vecino mas cercano es el MINFAR.
que podemos esperar de ahi, ustede que rememora el pasaje de las libertades plenas del hombre enarbolados por Marti mas de una vez????
sabe que en periodismo ya no se da historia universal???, en cambio aumentaron las horas clases de preparacion para la defensa....
siga escribiendo profe, sus lineas son un oasis, le queremos...
Querido(a) fan de Verdi: no se deprima por la mudanza, que la "mirada" también llegaba a G, el temible Plan C nunca dio tanta historia como la que quisimos y nos propusimos aprender, y al final la vida la pasará la cuenta a quien no supo valorar un buen tizazo en la pizarra... Y a esa edad ya las lecturas las elige uno, solo hay que saber a qué árbol arrimarse...
ResponderEliminarGracias por el artículo Profe y tú, mi Charly, eres grande. Un Abrazo
ResponderEliminarOrlando, amigo, Martí estará de vuelta siempre... pero tú, es como si cada día estuvieras un tanto más lejos y no te dieras cuenta.
ResponderEliminarJ,
ResponderEliminarA tus consideraciones sobre el cine cubano les sobran adjetivos y les falta generosidad, sobre todo cuando te refieres a Fernando Pérez.
El mejor cine cubano de los últimos años podría estar en los intentos técnicamente defectuosos de los jóvenes realizadores, pero capaces de conmover más a un público harto del discurso del "gran cine" nacional.
Martí es y será por mucho tiempo, el gran desconocido. Sus ideas sobre la libertad son muy incómodas para quienes se autoproclaman sus herederos en la Cuba del año 11 y desde hace medio siglo.
No creas en quienes dicen que estás lejos. No te conocen.
Gracias, Boris. Quizás fui muy cruel con Madrigal, que sí, me pareció un desastre. Pero el resto de la obra de Fernando ("lo llamo Fernando, como si lo conociera") es ejemplar, no solo por su dolorosa belleza, sino porque, cosa rara entre nosotros (nuestros cineastas, y nosotros, los espectadores) carece de cinismo, mira a Cuba no con sorna, como los demás, sino con exquisita compasión y fina esperanza. Pero eso lo han dicho otros, yo no quería lagrimear de admiración en este artículo, solo referirme al significado más amplio de su filme, que me conmovió profundamente. Y coincido contigo, lo mejor (a veces muy defectuoso, formalmente, pero muy arriesgado, en tema y orientación) es lo que hacen los muy jovencitos cineastas cubanos. A lo mejor uno de ellos será, a la vuelta de diez años, nuestro nuevo gran maestro.
ResponderEliminarNo he visto la película, pero como siempre me ha emocionado leerte, y sobre todo, me han emocionado los comentarios de tus ex-alumnos.
ResponderEliminarQué pena que me fui tan pronto que no pudimos compartirlos, tú en Periodismo y yo en Teoría de la Comunicación ;-) ¡Habría sido un gran privilegio para mí!
Muy pocos pueden leer y menos aún seguir de verdad a Martí, porque él mismo lo dijo: "todo el que lleva luz se queda solo".
Un abrazo enorme!!!
No tengas pena Ileana, porque quizás tú no nos tuviste, pero nosotros a ti sí!!!
ResponderEliminarAhhh!! Paquito el de Cuba...
ResponderEliminarContra él no diré nada, pues me parece injusto denostar a alguien desde un post anónimo.
Mejor hablar de "la Cuba de Paquito", que en todo caso él si defiende, tal y como está ese país hoy, si bien Paquito no está habilitado para cambiar todo lo que -supongo yo que considera él, ya que se dice martiano- no es legítimo que siga existiendo en la isla hoy.
Su Cuba es una donde tener una posición contraria a la del gobierno imperante -cualquiera que sea dicha posición-, acerca del bien común de los cubanos, es considerado por ese gobierno ser mercenario. Una pregunta, Francisco: ¿el gobierno pensará que la mayoría de los cubanos es pronorteamericana, que no pueden permitirnos las opiniones divergentes con respecto a su gestión... no a los innumerables errores puntuales que han cometido en 50 años, sino al error que implica esa esencia empobrecedora -de la cultura a la agricultura- de la revolución. ¿No podríamos los cubanos tener un país perfectamente independiente, velador de los valores nacionales, sin la "obsesiva" supervisión de los Castro y su DSE calcada del estalinismo?
La Cuba de Paquito... donde el libre acceso a la información para todos los cubanos es visto por el gobierno como un delito que a toda costa debe reprimirse.
Si ese gobierno sigue en el poder, es por su renuencia a hacer una consulta pública -plebiscito, podría llamarse-, donde los cubanos, previamente informados más que por la prensa estatal, digan SI o digan NO a la permanencia de los Castro. Paquito, cuando ese plebiscito se haga, y la mayoría del pueblo cubano diga Sí al comunismo, te aceptaré que el sistema implantado durante 52 años es y será un sistema legítimo.
Mientras eso no suceda, creo que ese sistema es como un hombre -y me perdonas la metáfora- que aguanta las ganas de cagar y es capaz hasta de ponerse un tapón en el culo aunque se pudra por dentro. Pero de escapes incontrolados, hay montones de ejemplos, lo mismo escapes a Miami que a cualquier otro país, sea Dominicana o Inglaterra. Una sangría completa que deja al país cada vez más despojado de valores de todo tipo, a no ser, claro, los gloriosos valores encarnados en la gran unanimidad, palabra que se da un aire a humanidad.
Tu Cuba, Francisco, es un país gobernado por personas incapaces de hacer crecer la economía (ni siquiera cuando Rusia subsidiaba su escaparate en nuestro hemisferio), pero, lo más triste, son incapaces de otorgar no digamos que derechos humanos integrales, sino tampoco de otorgar dignidad al espíritu humano en sí, que debe ser libre de expresarse sin ser castigado por eso.
Continúo más abajo...
Aquí continúo...
ResponderEliminarHay países, incluso en esa América Latina nuestra, incluso tan pobres en recursos naturales y escasos de población como Cuba, donde gobiernan personas que -tal como uno esperaría de ellos-, se comportan como funcionarios públicos, se les mide por su gestión -y de acuerdo a eso se les cambia o mantiene en el poder-, y hacen crecer a los países, y permiten la divergencia, incluso la no respetuosa formalmente, y sus sociedades no son caóticas y sus ciudadanos no aspiran a emigrar en masa ante la primera oportunidad, no importa si el día antes han desfilado en una plaza por el aniversario no sé cual de no sé qué.
¿No te parece indignante que la Revolución -que para mí fue indiscutiblemente necesaria en su momento histórico-, haya formado durante décadas a una gran cantidad de recursos humanos, para que sin embargo hoy permita apenas que esos profesionales se dediquen a forrar botones y a desmochar palmas, o cuando más a montar un puestecito de comida con no más de 20 mesas?
A mí, al menos, me parece aberrante esa limitación, así como otras muchísimas limitaciones que nos imponen a los cubanos. Y eso, para hablar de los que se quedaron en Cuba. No voy a referirme a los que nos fuimos buscando una vida sin imposiciones, sin esa humillante cortapisa que ponen en la isla al progreso econónomico personal y al espíritu mismo.
En la Cuba que muchos millones de cubanos quisiéramos, Francisco, gente como tú cabría, tendría su legítimo lugar,así como cualquiera que esté dispuesto a vivir dignamente de su trabajo. Pero en la Cuba tuya, sólo tienen cabida, y representatividad social, los que piensan como tú.
¿Qué harías tú si mañana te enteraras de que la familia de Fidel Castro tiene cuentas millonarias en bancos extranjeros? No digo que las tenga, apenas resulta evidente que su estatus de vida nunca fue el de la mayoría de los cubanos y que por eso no conocen las necesidades reales de la población; sólo quiero saber qué harías tú si un día te enteras de que quienes han gobernado Cuba durante más de 50 años son unos grandes timadores.
Ojalá eso no te pase nunca.
Juan Orlando, cada vez me llenan más el alma tus artículos. ¡Cuánto te necesitamos, incluso nosotros, los anóminos!
Un beso y un abrazo
Dejemos a Paquito, si seguimos haciendo caso a la voz que MÁS hemos escuchado (la de ellos, los Paquitos) seguiremos en el mismo punto, puede que sea tiempo de NO oírlos más, basta, cada caso que le hacemos es un tiempo más que les damos. Hablemos de Martí, de Maceo, de Cuba, basta de hablar de los que han cortado la voz, basta de seguirles al juego al que nos guían, a este sin sentido que es el contender con ellos, de eso viven. La vindicación no llega
ResponderEliminarcarlos manuel dijo:
ResponderEliminarbien, aquí estoy comentando, y como casi nunca lo hago, esto me da un poco de temor. Ahora estudio periodismo, de donde se deduce, profe, que nunca lo conocí. Pero he leído dos cosas, solo dos cosas suyas -bien poco, ahora que lo pienso bien- y me ha bastado.La crónica Cementerios y la carta a Tom Wolfe de su tesis de maestría. Bien, no hizo falta más. Me quedo con esos textos. Posiblemente Cementerios no sea la mejor crónica de ninguna antología (las antologías nunca son buenas), pero es la mejor crónica que yo leído. (Es probable que con los años pierda el carácter para estas declaraciones absolutas y limpias).Y hoy, así, por azar, o por el comentario de una amiga, encontré su blog. Y no terminé de leer el post. Es la crítica a la película que esperaba, pero lo demás, sinceramente me aburrió, tanto como las clases de la facultad. Me aburrió el mismo sentimiento, el mismo trasfondo. Cuba parece dar vueltas sobre sí misma, decía más o menos un verso de José Kozer. Todavía espero algo... algo que no sea solo criterio, resentimiento disfrazado. Una opinión es una opinión. El resto es lo que conmueve. Estoy esperando el extra. Como la literatura de Bolaño y su visión de los latinoamericanos exiliados en las décadas de dictaduras. Esa aparente distancia que no es más que dolor; homenaje y memoria del pasado desde el escepticismo, o desde el humor. Tres tristes tigres, digamos, y nada más. Perdón profe, pero esto no me ha parecido, se me ha confundido, y debe estar cayendo al vacío, sin lograr mucho más, solo dos o tres elogios. Ojalá no le pase como a Reagan.
Gracias, Carlos Manuel. Te agradezco que hayas empezado a leer el artículo, aunque no hayas llegado al final. Te aseguro que escribo estas líneas sin resentimiento alguno: con dolor, a veces, o con indignación, pero no con rencor, que es un sentimiento que a mí me resulta muy trabajoso (hay que alimentarlo, dejarlo crecer y enconarse, y termina siendo incontrolable). No entiendo lo de Reagan, pero si has leído mi artículo anterior, sabrás lo que pienso del personaje. Ojalá hubieras sido mi alumno, o, mejor, yo el tuyo. Saludos desde Londres.
ResponderEliminarcarlos manuel dijo
ResponderEliminarprofe: le escribí a un correo que me dieron pero me advirtieron que era viejo y parece que sí, que el mensaje no llegó a ningún lugar. Aquí va el mío: rayuela1989@gmail.com. Porque los comentarios (creo yo) tiene algo de patetismo
Tu gran virtud es estar siempre cerca de la tierra. Quienes creen que te alejas, simulan creerlo. Y dan pena, mucha.
ResponderEliminarJ,
ResponderEliminarHace unos días hablaba sobre tu blog con una colega. Coincidimos en la contradicción, no antagónica, entre el medio y el mensaje, o al menos su forma.
Yo leo tus textos -fervor aparte- como columnas de un diario impreso. La presentación de cada artículo y el vocabulario no se adaptan, en cierta medida, a lo que se espera de un blog.
Quizás por eso nuestro joven colega no alcanzó al final de texto. Las nuevas generaciones, los llamados nativos digitales, por lo general, escanean, no leen, salvo que los post sean cortos.
Y ciertamente este país necesita un revulsivo, porque nuestra gravedad nacional, nuestro trascendentalismo (casi rioplatense) abruma.
Coño, Charly, no había visto tu comentario, y aquí me tienes llorando a moco tendido. Muchísimas gracias!!! Un abrazo.
ResponderEliminarComo ves, yo ya no hablo de Anthony Giddens, ni de Jesús Barbero, ni siquiera de Martí, aunque preside mi blog.
Creo que el mundo solo puede cambiarse si cada uno de nosotros gana en dignidad y en amor que ofrecer a los que tiene al lado.
Y estoy de acuerdo, en que los artículos de Juan O. deberían publicarse como columna en los mejores periódicos del mundo. Aunque nos perdamos sus suculentos enlaces ;-)
Besos a todos!!!
Profe: para mi es un placer leerlo, no pk comparta sus ideas (me encantó la peli de martí y me parece k fernando, yo tampoco lo conozco, es un cineasta descomunal) sino pk gracias a usted (y a milena recio) yo estoy hoy en tercer año de periodismo. Quizás usted no me recuerda, yo me llamo David Vázquez y soy el chikillo loco e insoportable que nunca se callaba que pasó un curso de periodismo en la facultad cuando estaba en cuarto grado. Con agrado escaneo sus post (como dice Boris, mi generación no lee) y me reencuentro un poco con el profesor que tanto me impresionaba cuando era niño. Gracias. No voy a debatir sus puntos de vista sobre Cuba, la libertad, Fidel, la vida, el planeta y la existencia; hace rato desistí de esas discusiones donde la nostalgia, el dolor, la incomprensión... ensucian las ideas y arrojan demasiada pasión a los debates. Agradecido una vez más, David
ResponderEliminarprofe:
ResponderEliminarSiempre lo leo y como Boris tengo la sensación de estar frente a la columna de una diario, con una foto suya al lado.
Creo que Fernando (tampoc lo conozco) es lo mejor entre los cineastas cubanos hoy porque nada ha logrado robarle la sinceridad.
la Gentil bayamesa (eso lo llevo siempre conmigo)
Ileana: Desde el otro lado hubo quien también lloró, mucho.
"Si por cada busto de Martí que hay en las escuelas de Cuba, y por cada estatua suya colocada en los parques de los pueblos más recónditos de la isla, tuviera el Apóstol un dedicado lector, no estaríamos como estamos". Me temo que la frase lo dice todo. Es terrible reconocerlo.
ResponderEliminarMe parece que lo mejor del texto, más allá de su discurso es que logra arrancar criterios a tres o cuatro generaciones de feconianos. También escribo aquí por primera vez porque este es un tema que nos toca a todos la fibra.
ResponderEliminarTengo dos observaciones
Me molesta (aunque lo respeto) que alguien que está allí en Bohemia opine como lo hace, me parece primero una cobardía y segundo una mediocridad. Se puede estar al lado de la Casablanca y ser digno, es un poco alégórica, es cierto, la nueva ubicación de la Facu, pero no tiene nada que ver con la gente que estamos dentro de la facultad y lo que se piensa y se hace dentro de ella. En fin, considero que es un determinismo tonto. Brillante la respuesta de Charly.
Profe J, son sus ideas y aunque comparto algunas de ellas creo, de verdad, que aunque para estar distante está cerca, usted se aleja.... Ahhhhh gracias por el mensaje que envió para el el festival de despedidad de la Casa de G.
Profe Ileana, no digo Charly, hablo por mí y un grupito de los nuevos, todavía está uested entre nosotros, ha pasado algún tiempo, pero no sé como, de generación en generación, van trasmitiéndose los nombres y anécdotas de todos de los que han pasado pr allí.
Un abrazo para feconianos todos.
Paquito creo que nunca Juan Orlando ha estado más cerca de Cuba que ahora. Comparto algunas de las impresiones de JO sobre El canario, aunque admiro y respeto muchísimo el trabajo de Fernando Pérez; pero esta película,pese a los bombos y fanfarrias en Cuba, es un filme menor y predecible en todo su argumento,sin riesgo alguno que es lo que ha caracterizado su filmografía todos estos años.Otra cosa. Estar cerca o lejos es sólo un espejismo con el que nos han construido y del que los cubanos tendremos que despojarnos para construir una nación más inclusiva y menos binaria, más allá de las fronteras físicas y simbólicas,donde que irse o quedarse sea una elección y no una acción de juicio moral y político.La crítica honesta y frontal como el de este post y el de muchos otros siempre se agradece. JO recibe mi más cálido saludo.Abel Sierra
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