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17 de junio de 2011

La boca besada

Una lánguida noche Victoriana, por inexplicable casualidad, el poeta y pintor Dante Gabriel Rossetti conoció a Fanny Cornforth, de profesión prostituta.

El encuentro puede haber tenido lugar en la Strand, o quizás en los jardines reales de Surrey. La mujer, una enmarañada belleza pelirroja de 22 o 23 años, estaba rompiendo nueces, y arrojaba las cáscaras en dirección del ensimismado caminante, de aspecto modesto pero respetable. Rossetti se acercó a ella, y la invitó a acompañarlo a su estudio. Necesitaba, le dijo, una modelo para un cuadro empezado tiempo atrás, y nunca terminado, una escena con el título de “Hallada”. Fanny no requirió muchas explicaciones. Se fue con Rossetti, y aquella noche, o poco después, se lo llevó a la cama. La mujerzuela descubrió que el artista, ya con treinta años, había sido hasta ese afortunado encuentro virgen.     

Rossetti quedó trastornado por el descubrimiento del sexo. Tanto, que intentó describir en verso el deleitoso remanso postcoital:

…Cuando la última de las delicias pagadas del amor
Ha venido y se ha ido; y con un solo beso
Prolongado, y con una risa de dichosa satisfacción
El hombre exhausto descansa por un minuto
Sobre la mujer exhausta, sin la urgencia de seguir moviéndose
En esos largos espasmos de deseo, hasta que se deslizan,
Ligeramente abrazados, uno al lado del otro,
Todavía viviendo el placer ya pasado, no todavía soñándolo…

El rostro de Fanny apareció, en efecto, en “Hallada”, que nunca sería definitivamente concluida, pero que Rossetti consideraría una de sus obras más importantes. Después de pintarla, y de obtener de ella algunos extraordinarios secretos sobre el fin y el mecanismo de su propio cuerpo, Rossetti no pudo desprenderse de Fanny. El verdadero nombre de la meretriz era Sarah Cox, su padre era un herrero de Sussex, y vivía, junto a otras mujeres ocupadas en su misma industria, en el número 24 de Dean Street, en el Soho, un área que Rossetti había comenzado a frecuentar por aquel tiempo. Soho, en el West End de Londres, recibía cada noche, como ha seguido haciendo desde entonces, a una festiva muchedumbre que desbordaba los grandes salones del placer, el casino de Holborn, el afamado teatro Alhambra en Leicester Square, los clubes de caballeros, los music-halls. Era 1858, la Reina Victoria había ascendido al trono veinte años atrás. Rossetti solía cenar con sus amigos en el Old Cock, o en Dick’s, o en John of Groat’s. A veces, narra Jan Marsh en su excelente biografía del artista, Rossetti y sus amigos comían en una cantina detrás del Alhambra, y después iban a presenciar las llamadas poses plastiques, una suerte de representaciones semi pornográficas en las que jovencitas provocativamente vestidas con ropas de color carne que revelaban con excesiva claridad las formas de sus cuerpos, adoptaban las posiciones requeridas por la audiencia. A veces, dice Marsh, Rossetti y sus amigos iban al Picadilly Saloon, que abría a la poco victoriana hora de las 2 de la mañana, y donde, de acuerdo con un testigo, “damas y caballeros, salvajemente, y lamento decirlo, por lo general embriagados, bailaban con la música de un viejo piano y un violín”.  Rossetti, casto, pero no mojigato, asistía a aquellos espectáculos con una curiosidad voraz. Su encuentro con Fanny fue la culminación de aquellas alegres aventuras en el fondo de la noche londinense. Comenzó a visitar con frecuencia la habitación de Fanny en Soho, y una noche llevó a su amigo George Price Boyce, otro pintor asociado a la escuela prerrafaelista, que anotó en su diario su impresión de la mujer: “Interesante rostro, pelo revuelto y alegre disposición”. Fanny  había sido educada muy pobremente, su vocabulario y sus maneras eran vulgares, y su favor podía ser obtenido fácilmente con galanterías o pequeños regalos. Pero no era estúpida, ni tímida, y hacía reír a Rossetti y sus amigos. Boyce mismo quedó prendado de ella, y por un tiempo él y Rossetti compitieron fraternalmente por la atención de la astuta furcia, a la que ambos pintaron con fruición en varios cuadros memorables. El sueño de Fanny era, como el de la mayoría de las mujeres de su condición, conocer a algún caballero que, aunque no se casara con ella, algo impensable, le proporcionara seguridad y suficientes comodidades. Rossetti y Boyce, y quizás otros admiradores, la ayudaron a mudarse a una casa cerca de la estación de Waterloo, donde podían visitarla y disfrutar de su compañía sin el inconveniente de las interrupciones o la indiscreta cercanía de extraños. Fanny posaba para Rossetti en su estudio de Chaltham Place, y a veces, iba al taller de Boyce, en Buckingham Street. Un dibujo de Boyce de finales de 1858 lo muestra haciendo retoques en su caballete, y a Fanny tras él, su brazo cruzado sobre el pecho del pintor, mirando atentamente la obra en progreso, las dos mejillas tocándose.
"Hallada" (1865-1869).  Dante Gabriel Rossetti 
Uno de los cuadros para los que Fanny posó durante aquella época puede verse al inicio de la exhibición “El Culto de la Belleza”, que el Museo Victoria and Albert de Londres ha abierto al público esta primavera, dedicada a los artistas del Movimiento Estético, que heredaron de los prerrafaelistas su romántico refinamiento y la convicción de que el arte debía desprenderse de cualquier pretensión utilitaria o misión moralizadora o educativa. El cuadro, llamado “Bocca Baciata” (“La boca besada”), fue pintado por Rossetti en el verano de 1859, y exhibido por primera vez en el salón del Hogarth Club al final del invierno de 1860. Es un pequeño cuadro, de solo 13 pulgadas de largo, y 12 de ancho, que actualmente pertenece a la colección del Museo de Bellas Artes de Boston. El título fue tomado de una gloriosa línea de Bocaccio, en el Decamerón: “Bocca baciata non perde ventura, anzi rinnuova come fa la luna” (“La boca besada no pierde su frescura, porque como la luna, se renueva a sí misma”). El cuadro fue comprado por Boyce por 40 libras, cuando era solo un dibujo a lápiz:  ese acuerdo comercial fue quizás un jovial armisticio entre los dos artistas y rivales amorosos. “Bocca Baciata” apareció en la muestra del Hogarth Club junto con otros cuadros dignos de atención, entre ellos una serie de retratos de la modelo Nanna Risi, amante del artista alemán Anselm Feuerbach, pintados por Frederic Leighton el año anterior en Roma. Uno de esos retratos, “Pavonia”, en el que la bellísima Risi aparece de espaldas al espectador, virándose hacia él, con perlas en los cabellos y un abanico de plumas de pavorreal, puede verse en el Victoria and Albert, y aparece en la cubierta del catálogo de la exposición. También fue mostrado aquella vez un cuadro de George Frederic Watts, “Isabella”, el retrato de una mujer llamada Sara Prinsep, que junto a su esposo, Henry, presidía un círculo de bohemios y artistas en Cambridge Street, en Mayfair, y luego, famosamente, en Little Holland House, en Kensington, no muy lejos del Victoria and Albert. “Isabella”, a la que The Times llamó “una obra maestra de las más tiernas armonías del color”, no está incluida en “El Culto de la Belleza”, pero sí está un retrato de la actriz Ellen Terry, a la que Watts, ya con 57 años, desposó en 1864, cuando la muchacha no había cumplido todavía 16. Los cuadros de Leighton y Watts fueron recibidos con aprobación, pero fue “Bocca Baciata” el que más agitación provocó.
"Bocca Baciata" (1859).  Dante Gabriel Rossetti
Rossetti pintó a Fanny Cornforth vestida a la manera italiana del siglo XVI, de noble terciopelo. El vestido, abierto, deja ver el cuello, y un trazo del pecho. Las manos, juntas, reposan sobre un mueble. En una esquina, la manzana edénica, la de Eva. El pelo de Fanny, abierto, está sujetado solo por una rosa, a la derecha, y a la izquierda por un ornamento de oro, a juego con los aretes y el collar de vaga prosapia clásica. Rossetti había hecho que Fanny se soltara el pelo, poco después de conocerla: el pelo recogido indicaba la contención moral a la que las mujeres estaban sometidas; suelta, la densa, brillante cabellera de Fanny aludía a su libertad sexual. El detalle más llamativo del cuadro era precisamente la boca de la modelo, sus labios, dibujados con escandalosa delectación, labios jóvenes, firmes, húmedos. El poeta Swinburne dijo que eran más soberbios  “de lo que era decente expresar”. “Horriblemente hermosos”, dijo el pintor Hughes.  Pero Holman Hunt, uno de los fundadores de la Hermandad Prerrafaelista en 1848, junto con Rossetti and John Everett Millais, en carta a un amigo, se quejó: “La mayoría admira ese cuadro, y se refieren a él como el triunfo de nuestra escuela… No tengo escrúpulos en admitir que es impresionante el poder de su ejecución -pero es aún más notable su grosera sensualidad, de ese tipo repugnante que es común en los grabados extranjeros… Yo no hablaría de ese cuadro de esta forma, con tanta franqueza, si no fuera porque Rossetti está abogando por la centralidad del principio del placer de los ojos  -las pasiones animales serían el fin del arte-   por mi parte, expreso mi antipatía a esa noción…” Rossetti, sin embargo, estaba decidido a seguir por el camino que “Bocca Baciata” le había descubierto. En los años siguientes, abandonaría las escenas medievales tan típicas de los prerrafaelistas, y pintaría una larga colección de retratos femeninos en un estilo desembozadamente erótico. Algunos de esos retratos serían de Fanny Cornforth;  otros, de Janey Morris, la joven y excepcionalmente bella esposa de William Morris, diseñador, pintor, artesano, escritor y agitador socialista.  Rossetti se obsesionó con Janey, a la que pintó numerosas veces a lo largo de más de diez años, como Proserpina, como Guinevere, como Mariana, o como ella misma. En la exposición del Victoria and Albert se pueden ver algunos de esos retratos, y también el que de Janey hizo su propio esposo, “La bella Isolda”. 

La peripatética relación entre Rossetti y Fanny Cornforth sería interrumpida poco después de la exhibición del Hogarth Club por el súbito regreso a la vida del artista de otra mujer, Elizabeth Siddal. Rossetti había conocido a Siddal una década antes, cuando la muchacha tenía solo veinte años y acababa de ser descubierta en una tienda de sombreros por el pintor Walter Deverell, que la convirtió inmediatamente en musa prerrafaelista. Una vez, sirviendo de modelo para “Ofelia”, de John Everett Millais, Lizzie Siddal permaneció en una bañera, vestida, durante horas,  sin chistar, hasta casi morir de hipotermia. Rossetti se enamoró de ella, y comenzó a retratarla frecuentemente, en diversos roles literarios o históricos. Lizzie era, como Fanny Cornforth, pelirroja, y alta, de largos brazos y piernas. Su boca, nos dice Jan Marsh, era imperfecta, el labio inferior se metía dentro del de arriba, “como si su boca quisiera besarse a sí misma”, observó Rossetti. Un precioso, diminuto retrato de Lizzie, ejecutado por Rossetti, puede verse en “El Culto de la Belleza”, en la misma sala donde están los de Fanny Cornforth, Nanna Risi, Janey Moore y Ellen Terry. Cuando descubrió que Lizzie Siddal, la hija de un modesto ferretero de Southwark, tenía ambiciones artísticas, y algún talento, Rossetti  le permitió usar su estudio. Pocos meses después estaban comprometidos, de una forma privada, no oficial, puesto que la familia del artista no aprobaba la relación, socialmente desigual, y porque el propio Rossetti no tenía los medios ni quizás tampoco verdadera voluntad para casarse. Vivieron y viajaron juntos, sin las molestas chaperonas de la época, durante largos períodos, pero Rossetti, aparentemente, no intentó desarrollar una relación plenamente sexual con su acompañante: si Lizzie hubiera quedado embarazada, el matrimonio, de acuerdo con las severas reglas sociales victorianas,  hubiera sido inevitable. Con los años, la situación se hizo insostenible, el interés romántico de Rossetti se desvaneció, pero el artista no encontró una forma benigna de romper el compromiso contraído. Lizzie, enferma, se vio forzada a pasar muchos meses en el campo, y en Francia, tratando de recuperar su salud. Fue en uno de esos períodos de distanciamiento cuando Rossetti conoció a Fanny Cornforth. Pero en 1860, Lizzie regresó a Inglaterra, muy enferma, y Rossetti, al cabo, decidió casarse con ella, quizás con miedo de que, si no lo hacía, y Lizzie moría soltera, lo mataran a él sus propios remordimientos. Rossetti y Lizzie se casaron en St Clemens, en Hastings, el 23 de mayo de 1860, casi solos, sin familiares ni otros invitados. En Londres, Fanny Cornforth oyó la noticia y cayó en cama. Se repuso, y, con asombrosa celeridad, se casó también, con un mecánico de Liverpool, un antiguo novio llamado Timothy Hughes, un necio.  
"Elizabeth Siddal" (1854).  Dante Gabriel Rossetti
Poco después, Lizzie salió embarazada.  El 2 de mayo de 1861, la desgraciada muchacha parió una niña muerta. Su salud continuó empeorando, sin que nada, solo fuertes, continuas dosis de láudano, pareciera ayudarla. A veces todavía posaba para Rossetti, como la princesa Sabra, salvada del dragón por San Jorge, o como Beatriz, la amada inalcanzable del otro Dante, el de Florencia.   Elizabeth Siddal murió en la mañana del 11 de febrero de 1862, aparentemente de una sobredosis de láudano, quizás tomada con toda intención. “Oh, Lizzie, Lizzie, regresa a mí”, sollozó Rossetti junto al féretro. Desesperado, el artista insistió en enterrar con Lizzie sus propios poemas, las únicas copias existentes. Algunos años después, se arrepentiría de aquel acto descabellado, y pediría al Home Office autorización para exhumar los restos de Lizzie en el cementerio de Highgate y recuperar el manuscrito. Publicados en 1870, los poemas de Rossetti fueron recibidos con escándalo o desdén, por su intenso, fragante erotismo. Rossetti, despechado, desolado, se hundió en las drogas y el alcohol. Su mente, el orden de su memoria y de su inteligencia, comenzó a romperse. En los últimos años de su vida, tuvo cuidado de procurar suficientes recursos para asegurar una vejez digna a Fanny Cornforth. “Tú eres la única persona por la que tengo el deber de proveer”, le dijo, “y puedes estar segura de que haré todo lo que pueda por ti mientras quede aliento en mi cuerpo y un penique en mi cartera”. Solo unos pocos meses después de la muerte de Lizzie, Fanny se había reinstalado en la casa de Rossetti en Cheyne Walk, supuestamente como ama de llaves. Durante las dos décadas siguientes, Fanny conservó su lugar al lado del artista, como amante, acompañante, asistente, modelo, ama y cuidadora de la casa. Como Rossetti, envejeció y engordó exageradamente, su antigua belleza se arruinó. Se llamaban, mutuamente, Elefante, él a ella, y Rinoceronte, ella a él. Fanny sufrió la humillación de la relación casi pública entre Rossetti y Janey Morris, pero el artista nunca la echó definitivamente de su lado. No se sabe cuándo, exactamente, ni cómo murió Fanny Cornforth, pero debe haber sido alrededor de 1906, siendo rey de Inglaterra Eduardo VII, que había sucedido finalmente a su madre, Victoria, cinco años antes. Al final de su vida, Fanny parece haber padecido demencia.

En 1861, un año después de la exhibición de “Bocca Baciata”, Rossetti y William Morris habían tenido la idea de crear un negocio, una compañía para producir y vender muebles, adornos y decoraciones de toda índole “para proporcionar algo de buen gusto al precio de muebles ordinarios, tanto como sea posible”. “El Culto de la Belleza”, en el Victoria and Albert, explora meticulosamente las consecuencias de aquella idea, el legado del Movimiento Estético, que dominaría las industrias y oficios del arte por el espacio de dos prolijas décadas, y conduciría finalmente al Art Nouveau. Morris fundó una compañía con varios asociados, y comenzó a producir magníficos, suntuosos artefactos, muchos de los cuales se pueden ver en el museo londinense, sillas, papel de pared, cristales, relojes, armarios, escritorios, juegos de té, vajillas, y, por supuesto, pinturas. Al Movimiento se asociarían, brillantemente, artistas tan prolíficos y provocadores como el poeta Algernon Swinburne, el pintor James McNeill Whistler y Oscar Wilde, cuya conferencia de 1882 en Canadá, con el título “La Casa Bella” marcó, quizás, el momento de más esplendor y popularidad de los estetas, y también de más implacable hostilidad de sus críticos. Ese mismo año, mientras Wilde cumplía su estridente periplo por Norteamérica, Dante Gabriel Rossetti moría, prematuramente, a los 53.  

4 comentarios:

  1. Qué buena recreación de una época. Me pregunto, Juan sin Nada, si no escribes ficción. Saludos.

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  2. Poesía, pura poesía!!!!!!!!!!!!!!!!!! Qué maravilla leerlo!!!!! Qué pena no estar también en Londres!!!!!

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  3. Oye, me encantó leerlo. ¡Un abrazo cariñoso!

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