José Manuel Carreño, el estupendo bailarín cubano, se ha despedido este verano del público de Nueva York, después de haberlo hecho, en el pasado Festival de Ballet de La Habana, de sus admiradores en la isla. En la noche del 30 de junio, en el Metropolitan Opera House, los neoyorkinos lo vieron bailar El Lago de los Cisnes por última vez con el American Ballet Theatre, la compañía a la que Carreño ha pertenecido durante los últimos 13 años. Carreño ha cumplido 43, que es, en el ballet, tanto como 70 en cualquier otra profesión. “Puedo hacerlo todo mejor que antes”, le confesó al Daily News, “con más madurez y experiencia, pero esos ballets de dos o tres horas son superagotadores”. “El señor Carreño todavía puede saltar”, observó The New York Times, “pero ya no flota en el aire como lo hacía años atrás”. Al final de la función, Carreño fue aplaudido atronadoramente por los espectadores, que sollozaban, gritaban, arrojaban flores al escenario, y tomaban fotos, para el perenne recuerdo. Sus dos hijas corrieron a abrazarlo.
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José Manuel Carreño y Julie Kent en El Lago de los Cisnes, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. |
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Carlos Acosta |
Este mes, Vasiliev y Osipova han bailado en el Coliseum Romeo y Julieta, la versión de Frederick Ashton, que no había sido llevada a escena en Inglaterra desde 1985. Los espectadores de Londres tienen ocasión, cada año, de ver la exuberante versión de Kenneth MacMillan, que el Royal Ballet, en particular, ejecuta lujosamente. Fue extraño que Vasiliev y Osipova, a quienes no les faltan ofertas para bailar con las compañías más distinguidas, aceptaran protagonizar la más modesta pieza de Ashton, más corta que la de MacMillan, y que la versión original del Bolshoi, de Leonid Lavrovsky, menos densa y detallada, y con menos ocasiones para el lucimiento físico de los bailarines principales. Esta temporada de Ashton era desembozadamente nostálgica, una empresa de satisfacción personal de Peter Schaufuss, el bailarín y coreógrafo danés, hijo de la primera Julieta de Ashton, a quien el maestro inglés legó los derechos de su coreografía. Para los espectadores londinenses, que han visto el Romeo y Julieta de MacMillan mil veces, esta temporada, si la hubieran protagonizado otros bailarines, hubiera tenido poco atractivo, no hubiera pasado de ser una curiosidad histórica, aunque, sea dicho, la versión de Ashton, que evita cualquier distracción narrativa y concentra toda su atención en la pareja central, a la que rara vez pierde de vista, tiene no poco mérito, es noble, mesurada, jamás efectista o pretenciosa, y rica en pequeños, deliciosos detalles. Vasiliev y Osipova probablemente fueron tentados por la rara posibilidad de bailar la obra de un coreógrafo muy distinto a los del repertorio del Bolshoi, sorprendentemente limitado, y por el reto, casi olímpico, de bailar nueve funciones seguidas, en una sola semana, incluyendo dos matinés, una proeza. También, quizás, aceptaron este Romeo y Julieta para volver a Londres, en un año en que el resto de la compañía del Bolshoi no lo hará. A lo mejor lo hicieron porque, estando comprometidos para casarse, después de un largo noviazgo, a Vasiliev y Osipova les pareció que su participación en Romeo y Julieta provocaría especial curiosidad entre los espectadores, más que si bailaran Giselle o el Lago. O quizás quisieron escapar, por una semana, del infiernillo en que parece haberse convertido el viejo ballet del teatro Bolshoi, que desde el colapso del régimen soviético, ha atravesado sucesivas crisis creativas, financieras y políticas. La más reciente fue en marzo de este año, cuando el subdirector de la compañía, el bailarín Gennady Yanin, decidió renunciar a su puesto después de que unos malvados hicieran circular un email con fotografías que mostraban al artista en la cama con otros hombres. En la homófoba Rusia de hoy, la posición de Yanin resultó insostenible. “Es un trabajo muy complicado y difícil”, le dijo a la prensa el agraviado, resignadamente. El escándalo Yanin atrajo la atención del público sobre otros delicados secretos del Bolshoi, que de repente dejaron de serlo. Se supo, por ejemplo, que la compañía organiza fiestas para que sus patrones más ricos conozcan y cortejen a los bailarines. Anastasia Volochkova, una bailarina despedida en 2003 por supuestos problemas con su peso, contó a The Guardian: “Fiestas privadas son organizadas para los oligarcas, para los sponsors. Y las bailarinas del Bolshoi son invitadas. Ellas no son invitadas individualmente, sino a través de la administración del teatro. A las muchachas se les dice: ‘Si vas a la fiesta, tendrás un futuro con la compañía. Si no, no irás en la próxima gira’. ¿Qué pueden hacer? Yo lo vi todo con mis propios ojos. Se decía abiertamente, ni siquiera se ocultaba”. Las obras de la restauración capital del teatro, mientras tanto, no han sido concluidas, aunque debían haberlo sido en el 2009, casi dos años atrás. El gobierno ruso, que ha pagado las obras, y la administración del Bolshoi, se proponen declarar la restauración concluida el próximo mes de octubre. Probablemente el Bolshoi lucirá como nuevo cuando reciba al Presidente Medvedev y al Primer Ministro Putin para la función de gala de Ruslán y Liudmila que marcará la culminación de los trabajos. Pero, financieramente, el proyecto ha sido un fiasco, la restauración del teatro más ilustre de Rusia ha costado 16 veces más que lo planificado originalmente, de acuerdo con The Guardian. No es extraño que las compañías de ballet y ópera del Bolshoi hayan sufrido dolorosas deserciones de funcionarios y artistas en los últimos años. El director musical del teatro, Alexander Vedernikov se marchó, dando un sonoro portazo, en el 2009. “Se ha hecho claro que el teatro Bolshoi no posee las más esenciales características de una compañía artística”, dijo, enfurecido.
Si el Bolshoi no se espabila, sus dos más fulgurantes estrellas se sentirán, quizás, tentadas a marcharse también, definitivamente, a Londres o a Nueva York, donde los recibirían como fueran Nureyev y Fonteyn resucitados. En Romeo y Julieta, en el Coliseum, se les vio en fantástica forma, a él, concentrado, atento a los detalles, un muy caballeresco partenaire, a ella, aún mejor, bailando, incluso en las últimas noches, como si esa fuera la única vez, en toda su carrera, que fuera a ejecutar esa coreografía, y estuviera decidida a disfrutarla tanto como fuera posible. Vasiliev, según él mismo ha dicho, tiene “motores en las piernas”, y salta y gira como si no le costara ningún esfuerzo, sin visible preparación, como Barishnikov, o como el joven Julio Bocca. No es demasiado alto, mide 1.72, pero su musculatura no es magra, como la de otros bailarines, sino como la de un joven campesino, apretada y violenta. No es solo un atleta formidable, se mueve como si no tuviera que acompañar la música de la orquesta, como si su cuerpo fuera la fuente de la música, como si de sus muslos, sus brazos, sus pies, salieran las notas, no como si simplemente las marcaran. Osipova, por su parte, fue una Julieta majestuosa, tan hondamente desolada, en las largas escenas finales, que hizo casi olvidar al público que Vasiliev llevaba mucho rato fuera del escenario. Quizás girara con demasiada rapidez en algunos momentos, quizás pasara sobre algunas frases con menos detenimiento, menos lánguidamente de lo que Ashton hubiera querido. Pero es casi tan admirable, su técnica, como la de su compañero, y probablemente sea ella, en este momento, más refinada y completa como artista. De la temporada del Coliseum, en justicia, habría que mencionar también al fabuloso bailarín danés Alban Lendorf, que tomó el rol popularísimo de Mercucio, y giro por giro, salto por salto, le sostuvo el pulso a Vasiliev. La producción de Schaufuss, por desgracia, fue inexplicablemente modesta, sin decorados tradicionales, con luces mal colocadas, molestas. Pero al público, que aplaudió entusiastamente, no le importó demasiado la sorprendente pobreza del escenario, los espectadores regresaron a casa contentos de haber visto al nuevo Nureyev, y quizás, a la nueva Ulanova, o Plisetskaya o Ananiashvili.
A Covent Garden llega esta semana el ballet del teatro Mariinsky de San Petersburgo, el antiguo Kirov, que trae bailarines formidables, y un espléndido repertorio, pero, hasta dónde se sabe ahora, ninguna nueva, fulgurante estrella, aunque siempre podrían sorprender a sus admiradores londinenses y echar al escenario, en Don Quijote o en La Bayadère, a un adolescente desconocido de 17 o 18 años que rete a Vasiliev por la supremacía. Ojalá alguno de estos nuevos prodigios se anime, alguna vez, a hacer el largo viaje hasta Cuba, y que allí encuentre, en el escenario del Gran Teatro, salido de algún abyecto barrio habanero, de La Lisa, o de Luyanó o de Centro Habana, al nuevo Carreño o al nuevo Carlos Acosta, dando brincos tan altos como nunca se han visto.
A Covent Garden llega esta semana el ballet del teatro Mariinsky de San Petersburgo, el antiguo Kirov, que trae bailarines formidables, y un espléndido repertorio, pero, hasta dónde se sabe ahora, ninguna nueva, fulgurante estrella, aunque siempre podrían sorprender a sus admiradores londinenses y echar al escenario, en Don Quijote o en La Bayadère, a un adolescente desconocido de 17 o 18 años que rete a Vasiliev por la supremacía. Ojalá alguno de estos nuevos prodigios se anime, alguna vez, a hacer el largo viaje hasta Cuba, y que allí encuentre, en el escenario del Gran Teatro, salido de algún abyecto barrio habanero, de La Lisa, o de Luyanó o de Centro Habana, al nuevo Carreño o al nuevo Carlos Acosta, dando brincos tan altos como nunca se han visto.
Concuerdo plenamente con los elogios que escribes de Ivan Vasiliev y Natalia Osipova en lo referente a esta temporada de 2011; pude percatarme de sus cualidades técnicas y su desenvolvimiento histriónico durante el 20 FESTIVAL INTERNACIONAL DE BALLET DE LA HABANA, en 2006, cuando bailaron juntos los virtuosísimos pas de deux de LAS LLAMAS DE PARÍS y EL CORSARIO en la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana. Quedé muy impresionado por la agilidad de los saltos, la rapidez de los giros, la resistencia y la fuerza de los movimientos.
ResponderEliminarEn estos momentos, hay una generación de jóvenes bailarines cubano que bailan, por suerte para nosotros, aún en Cuba; cuyos saltos son deslumbrantes, técnica muy depurada y líneas ideales: ALEJANDRO VIRELLES, OSIEL GOUNOD, DANI HERNÁNDEZ, YANIER GÓMEZ.
Para los amantes de la buena danza que quiera/puedan comprobar la calidad de estos (y otros) bailarines cubanos; no perderse la Gala en Homenaje a ALicia Alonso que se realizará en el Bolshoi el próximo 2 de agosto.
SALUDOS
¡Gracias! Sería magnífico que invitaran a Vasiliev y a Osipova al Festival de La Habana del año que viene. Cuando fue a Cuba en el 2006, Vasiliev tenía 17 años, acababa de unirse al Bolshoi. Los maestros de la compañía rusa habían tenido poco tiempo de entrenarlo. Aún así, deslumbró al público habanero, que sabe reconocer a un gran bailarín cuando ve uno. En octubre del 2012, cuando comience el próximo Festival, Vasiliev tendrá 23 (y seis años en el Bolshoi, y bailando alrededor del mundo): estará llegando, probablemente, a su plenitud. Ojalá pueda arreglarse un viaje de Vasiliev y Osipova a Cuba en el 2012.
ResponderEliminarLeyendo este post sentí las mismas ganas de haber visto mucho y buen arte que me dejaban las crónicas de Carpentier desde París... Como en la vieja Facu, tus clases son una invitación...
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