Páginas

1 de abril de 2011

Hijo de papá

Llega de la isla el rumor de que Antonio Castro, uno de los hijos de Fidel, será nombrado próximamente presidente del Comité Olímpico Cubano, puesto que ocupa todavía el incombustible José Ramón Fernández, de 88 años.

El Gallego Fernández es una figura notabilísima de la política cubana: nadie podría decir qué particular habilidad tiene como ministro, que no le han permitido hasta ahora jubilarse, y lo dejan que dormite plácidamente en los actos oficiales. Quizás los rumores son infundados, pero sería obra de caridad, ya no de conveniencia política, dejar que el Gallego se marche a su casa a dictar sus memorias y a descansar. A lo mejor Raúl Castro quiere colocar al frente de la delegación olímpica cubana a alguien que impida que en Londres, el año que viene, los equipos nacionales tengan una actuación tan calamitosa como en Beijing, en el 2008. Que Antonio Castro sea el más calificado candidato para dirigir nuestra campaña londinense es harina de otro costal.

El nombramiento, si se produce, provocará rabiosas críticas, aunque sería menos sorprendente que otros que también han sido supuestamente filtrados al público, el de Juan Contino para sustituir al desvencijado Ricardo Alarcón en la presidencia de la Asamblea Nacional, y el de Randy Alonso como Canciller.  El pobre Contino ha sido tantas cosas que no sería asombroso que lo nombraran Ministro de Cultura o de la Industria Alimentaria, dos posiciones que, francamente, tal como está el país, podría ocupar cualquiera sin que se notara la diferencia.  Contino, que ha sido líder de la Juventud Comunista, coordinador nacional de los Comités de Defensa de la Revolución, y Presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular de la Ciudad de La Habana,  se ha ganado, por su esmerada inocuidad, una significativa promoción. Cuando Contino fue retirado de su puesto de jefe del gobierno de la capital, Tribuna de La Habana, a falta de otra cosa que celebrar, elogió su “esfuerzo y dedicación”, frase que habitualmente anticipa una futura promoción, no una brusca caída.  De cualquier modo, sería muy notable, si ocurre, el retiro de Alarcón, un hombre al que Raúl Castro parece no considerar útil o, quizás, leal, puesto que en cinco años de gobierno no le ha dado otra función que la de presidir las somnolientas sesiones de la Asamblea Nacional y actuar como vocero de la campaña para liberar a los cinco agentes de inteligencia cubanos encarcelados en Estados Unidos.  El nombre de Alarcón no apareció en la proclama de julio de 2006 con la que Fidel Castro, en el último minuto antes de ceder el poder, repartió arbitrariamente las funciones del gobierno. Desde entonces, su caída ha sido imparable, parece una anomalía, una reliquia de los noventa, en el nuevo equipo político de Raúl.  Pero si el trueque de Alarcón por Contino es, al menos, plausible, el nombramiento de Randy Alonso como Canciller sí sería una radical sorpresa, aún mayor que la elevación a ese mismo puesto de Roberto Robaina, hace dieciocho años. Cuando Robertico fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores, para sustituir, precisamente, a Alarcón, Fidel tuvo que ir en persona a la sede de la Cancillería a explicar a los embajadores cubanos por qué les había puesto de jefe a un advenedizo sin experiencia alguna en asuntos internacionales. Randy, que fue presidente de la Organización Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes cuando estudiaba periodismo en la Universidad de La Habana, tiene remotas credenciales diplomáticas. No posee, sin embargo, experiencia alguna administrando extensos sistemas burocráticos, como la cancillería, y su actual ocupación es la de dirigir, haciendo del tedio un arte, el panel que ha venido a simbolizar el monopolio supremo de la información y la opinión en Cuba, la infausta Mesa Redonda, un puesto que lo ha hecho muy conocido, pero también el blanco de las más crueles bromas.  Raúl tendrá que ir ya no a la Cancillería, sino casa por casa, de Pinar del Río a Guantánamo, para convencer a los cubanos de que no hay en toda la República mejor candidato para Canciller que Randy, si es que a estas alturas todavía quisiera Raúl convencernos de algo.  
Estas son, seguramente, habladurías, y tienen interés solo como ejercicios de imaginación, como entretenimiento, como divertido chismorreo. La última vez que creímos uno de esos rumores, el de que Carlos Lage iba a ser nombrado vicepresidente primero del Consejo de Estado, nos llevamos un estrepitoso fiasco, en vez de Lage, comúnmente identificado como inclinado a la reforma, Raúl impuso a Machado Ventura, símbolo oscurantista. Pero es muy probable que si no esos, otros nombramientos y destituciones tengan lugar en las últimas semanas antes del Congreso del Partido, a mediados de abril, o en las semanas posteriores. Ya hay una que nos dejó con la boca abierta, la de Marino Murillo para “supervisar la implementación de las medidas asociadas a la actualización del modelo económico cubano”. A decir de Granma, Murillo ha sido “liberado” de su puesto de Ministro de Economía y Planificación para que se pueda concentrar en esta nueva tarea. Considerando que hace tan solo cuatro o cinco años nadie había oído hablar de Murillo, su ascenso a la posición que antes que él ocupó Lage, ahora en irremediable desgracia, es uno de los más rápidos y más altos registrados en la política cubana después de la Revolución.  Murillo está tan calificado para administrar la crisis de la economía cubana como Antonio Castro para dirigir el Comité Olímpico, no demasiado, pero al menos nadie ha descrito su promoción como un caso de flagrante nepotismo. El flamante superministro no carga con el sambenito de ser, simplemente, un hijo de papá.

Esa es, quizás, una evaluación injusta de Antonio Castro, quien, por todo lo que sabemos de él, que es bien poco, puede ser un hombre excelentísimo, inteligente y bien educado, y tan cuerdo y discreto como podría serlo un hijo de Fidel. El joven Castro, sin embargo, ha sido incapaz, hasta el momento, como vicepresidente de la Federación Cubana de Béisbol, de detener la cadena de derrotas del equipo nacional, que perdió la final de las Olimpiadas de Beijing, dos campeonatos mundiales consecutivos, y ni siquiera pasó a las semifinales del último Clásico Mundial. A finales del año pasado, el equipo Cuba, que solía ganar sin esforzarse mucho todas las competencias del circuito no profesional, obtuvo cierta vindicación al triunfar en la Copa Intercontinental de Taiwán, pero solo después de perder, unas semanas antes, la final del Pre-Mundial de Puerto Rico frente a la República Dominicana. Los cubanos, que estaban debidamente orgullosos de su formidable equipo, han visto como este ahora pasa apuros para derrotar a rivales como Holanda o Italia, y pierde regularmente contra Estados Unidos, Japón o Corea del Sur en las más distinguidas competencias. Los peloteros cubanos juegan ahora contra profesionales, no contra las selecciones juveniles, o de segunda clase, a las que Casanova, Marquetti, Gurriel, Linares, Muñoz y Kindelán apaleaban con impunidad hace veinte o treinta años.  No hay nada que Antonio Castro, que era solo el médico del equipo antes de ser nombrado, inesperadamente, vicepresidente de la Federación, pueda hacer para que aquella época dorada, de fáciles victorias cubanas, regrese. Ni hay tampoco mucho que pudiera hacer, salvo deslizar algunas palabras en los oídos de su padre y su tío, para remediar o atenuar, puesto que no podría, si quisiera, detenerla, la fuga de peloteros cubanos hacia las ligas norteamericanas o del Caribe. Pero algo, probablemente, debería hacerse, para evitarle al equipo nacional nuevas derrotas, y a los aficionados, más decepciones.   
Antonio Castro saluda a jugadores
del equipo nacional de béisbol de Cuba
Algunas semanas atrás, el gran Agustín Marquetti, de visita en Miami,  fue interrogado por María Elvira Salazar en su ruidoso programa de entrevistas y comentarios en el canal Mega TV.  “¿No le vienen a pedir a usted, por ejemplo, el hijo de Fidel, Antonio Castro, que algunos consideran que es el hombre que en realidad manda en el béisbol cubano… no le vienen a pedir a usted consejo de cómo podemos hacer para que estos muchachos no se vayan en masa?”, preguntó la periodista. “Mira, yo te diría a ti…”, respondió Marquetti, con cautela, “Tony Castro… he tenido la posibilidad de hablar con él… como es joven, tiene muchas ideas, que hay cosas a veces que hay que discutir, que hay que analizarlas… pero se están analizando muchas… las que hay que hacer no sé, no te las puedo decir, pero hay que hacer cambios”. Víctor Mesa, la antigua estrella de los equipos de las Villas, propuso hace unos meses un sistema que permitiría a los peloteros cubanos ser contratados en el extranjero después de jugar al menos ocho años en la isla. “Me duele como una patada en la vida cada vez que nos llevan a un atleta formado por la revolución”, dijo Mesa, como para que nadie pusiera en entredicho sus buenas intenciones. Su propuesta, al parecer, no fue siquiera examinada. Fue el ministro Murillo, extrañamente, quien salió a responder, con típica inflexibilidad.  “No se está planteando en los lineamientos contratar a la ligera atletas de alto rendimiento en el exterior”, informó a la Asamblea Nacional el ubicuo Murillo, quien al parecer tiene potestad tanto para fijar el precio del pan como el de los peloteros. Si Antonio Castro está de acuerdo con Mesa, no se sabe, como tampoco qué ideas ha discutido con Marquetti, y si ha hecho lo mismo con su padre. No sería extraño que Fidel prestara a las ideas de su propio hijo la misma atención que solía dedicar a las de sus ministros. A lo mejor le cuesta a Antonio tanto esfuerzo convencer a su padre de que hay que hacer cambios en el béisbol cubano, como a su prima Mariela convencer al suyo de que legalice las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Quizás Antonio ha desistido ya de hablar con su padre, a quien ni Dios podría hacer mudar de opinión, y en cambio ha arrancado a su tío el nombramiento de presidente del Comité Olímpico, un puesto desde el que podría, quizás, si de verdad quisiera, ejecutar algún cambio beneficioso en los deportes cubanos, aunque tendría que hacer milagros para que la isla, en las Olimpiadas de Londres, ocupe uno de los primeros veinte puestos en la tabla de medallas.  

Estos hijos del poder, como Antonio y Mariela, están en una peculiarísima posición, habiendo crecido, como pudieron, bajo el peso de la leyenda o la autoridad de sus padres, pero estando, por edad y por educación, mucho más cerca de Cuba y de sus juanes y pedros, de lo que sus mayores jamás estuvieron, y queriendo, quién sabe, hacer cambios en el país que crearon sus padres, aunque no tantos, seguramente, como queremos otros. Por lo que se sabe, los hijos y nietos de los principales líderes cubanos se criaron, y han vivido, en relativa modestia, al menos si se les compara con los hijos de los sátrapas orientales, africanos o latinoamericanos. A pesar de los rumores sobre la supuesta fortuna escondida de Fidel y Raúl Castro, y de los reportes de la revista Forbes, no existe evidencia específica de que posean propiedades o cuentas bancarias exorbitantes, nada remotamente comparable a los que poseen los Mubarak, los Gadafi o los Assad de Siria. Forbes misma admite haber basado en rumores su cálculo de la fortuna personal de Fidel, que estimó en 900 millones de dólares. La revista incluyó en esa cuenta bienes del Estado cubano como el Palacio de las Convenciones, CIMEX y otras empresas, una parte de cuyas ganancias, cree Forbes, habrían sido embolsadas por Fidel y su familia, y guardadas en bancos suizos. Los cálculos de Forbes no resisten el más apresurado examen, están apoyados firmemente en el aire. Pero la administración centralizada y secreta de las cuentas del Estado cubano, la ausencia de un efectivo escrutinio parlamentario, periodístico y popular del funcionamiento del gobierno, y los numerosos casos de rampante corrupción detectados por las propias autoridades de la isla a lo largo de los años, han alentado, naturalmente, las sospechas más audaces. A lo mejor un día nos enteramos de que Fidel tenía acciones en Microsoft y Coca Cola, un billón de dólares en Suiza y un palacio en Fontainebleau, pero hasta ahora, la evidencia más contundente que tenemos de su supuesta riqueza es el video tomado subrepticiamente en su casa familiar por una antigua novia de Antonio Castro, y que fue exhibido hace varios años, con mucho alboroto, por el Canal 23 de Miami. El video mostraba un almuerzo en la casa de Fidel en el mítico Punto Cero, mejor dispuesto, más abundante, que el de la mayoría de los cubanos, con pequeños toques de lujo como vino, queso o frutas, pero la casa misma, sus muebles, el ambiente familiar, eran de una simplicidad inesperada, de una modestia que cualquier jeque del Medio Oriente consideraría indigna de sus criados, aunque los infelices que malviven en los solares o albergues de La Habana o Santiago la verían, no injustificadamente, como descarada opulencia.  “Yo creo que cuando esto termine”, dijo Norberto Fuentes a The Miami Herald en el 2000, “la mayoría de la gente en Cuba va a estar indignada por los relativos lujos de los líderes, y la mayoría de la gente en Miami se va a sorprender por su bajo nivel de vida”.  

Los hijos y nietos de Fidel, como los de Raúl, y Ernesto Guevara, realizaron sus estudios generales en escuelas cubanas, donde se mezclaron con los hijos de familias ordinarias, no como Kim Jong Un, el heredero de la dinastía comunista norcoreana, que estudió, de acuerdo con reportes bastante creíbles, en Suiza, en la Escuela Internacional de Berna, en la misma época en que su país padecía una letal hambruna. El más grave escándalo en que se haya visto envuelto, públicamente, un hijo de Fidel, es la broma que le corrió a Antonio Castro un bloguero cubano de Miami, que dice haberse hecho pasar por mujer para chatear con el enamoradizo médico y averiguar su estilo de vida.  Lo más que averiguó fue que el joven Castro tenía una Blackberry y una pistola.  Nada, en comparación con el comportamiento del hijo menor del Coronel Gadafi, Hannibal, que en 2008 fue arrestado junto con su mujer por la policía suiza, acusado de golpear y amenazar a dos de sus propios sirvientes, y ya había sido condenado tres años antes en Francia por golpear a su novia.  Fidel Castro Díaz-Balart, fue destituido por su propio padre, en 1992, del puesto de director del programa cubano de energía nuclear. “Fue destituido por incompetente”, dijo Fidel.  “Aquí no tenemos una monarquía”.  Cuarenta años antes, en 1952, Stalin había destituido a su hijo Vasily, un rufián, alcohólico, del puesto de comandante de la Fuerza Aérea de Moscú, después de que por su culpa dos aviones se estrellaran durante el desfile del Primero de Mayo en la Plaza Roja.  Pero en China, Hu Haifeng, hijo del presidente Hu Jintao, no sufrió represalias, ni siquiera recibió un regaño, cuando una compañía que él dirigía, Nuctech, se vio involucrada en un sonado caso de corrupción en Namibia, hace dos años.  Al Miami Herald, la hija exiliada de Fidel, Alina Fernández, le dijo que sus hermanos “no se visten mejor que cualquier otra persona (…) al contrario, se les obliga a proyectar una imagen de austeridad para el resto de los cubanos”.  “No dejo a mis hijos y a mi mujer nada material, y no me apena:  me alegra que así sea”, escribió Ernesto Guevara en su carta de despedida a Fidel. “No pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse”. Fatalmente, la franciscana frugalidad del Ché no fue imitada por numerosos funcionarios venales, miembros del Buró Político, ministros, diputados de la Asamblea Nacional, directores de empresas, generales, que se otorgaron a sí mismos todos los privilegios y beneficios que estaban a su alcance, legal o ilegalmente, casas, autos, viajes al extranjero, equipos eléctricos, comida, la rápida promoción a puestos de poder o de ventaja profesional.  Contra ellos, los dirigentes, y contra sus hijos, los hijos de papá, creció y se enconó durante décadas un profundo rencor, la vasta indignación popular por la hipocresía de los que predicaban austeridad a un pueblo hambriento y exhausto, y eran después vistos en las casas de descanso de Varadero o Topes de Collantes, o regresando a La Habana después de un agotador viaje a Madrid o París.  “No tenemos jabón, pero tenemos dignidad”, dijo, aproximadamente, el inepto Juan Contino en un acto revolucionario a inicios de los noventa. Los cubanos, sin embargo, tenían la impresión de que los hijos de papá, además de dignidad, tenían también jabón.  Y más poder que cien mil ordinarios cubanos juntos. 
Sea justificada o no su presunta promoción, el sitio que Antonio Castro parece destinado a ocupar, la presidencia del Comité Olímpico Cubano, no es demasiado alto, ni demasiado poderoso. A lo mejor, después de todo, consigue darle a la delegación olímpica cubana el entusiasmo que mucho necesitará en Londres 2012, y que el anciano Gallego Fernández sería ya incapaz de inspirar.  Mariela Castro, quien, por todos los reproches que puedan hacérsele, y muchos se merece, ha sido la única voz oficial cubana en salir abiertamente en defensa de los derechos de los homosexuales, y con eso solo ha hecho mucho bien, ha dicho que no tiene intenciones de suceder a su tío y a su padre.  Pero Carlos Alberto Montaner dice que otro hijo de Raúl, el coronel Alejandro Castro, es el hombre que el actual presidente de Cuba ve como su heredero.  Raúl tendría que ejecutar en el Congreso del Partido una fantástica pirueta política para colocar en una posición de ventaja a su delfín, a quien nadie en Cuba conoce, o siquiera ha visto, si es verdad que ese es su plan, y esta no es solo una fantasía de Montaner. Realmente, parece una idea descabellada, un embuste de Montaner, una abultada exageración del rol que Alejandro Castro cumple como consejero de su padre.  Otro chisme, de los que tienen ocupada a La Habana en estos días.  Hay que esperar el Congreso, y ver qué pasa, quién queda, quién sube, quién se cae, a última hora.    

7 comentarios:

  1. Como siempre, me encanta ese agudísimo sentido del humor... ¿Qué más nos queda?

    ResponderEliminar
  2. Al pan pan, y al vino vino, o como dijo Martí: "la verdad es santa aunque no huela a clavellinas". ¿Y qué volá con la cantidad de gente que no consigue un trabajo mejor, o pierde el que tiene, por "impedir" el nepotismo?

    ResponderEliminar
  3. La imaginación de algunos en el exilio cubano es inefable. Y no me refiero a ti, querido J, que nos deleitas hilvanando estas conjeturas, más o menos ciertas, más o menos descabelladas, sino a personajes como Montaner.

    Las razones del ascenso y la caída de ministros y funcionarios solo las conoceremos cuando Wikileaks desclasifique los archivos de la Seguridad del Estado, si antes un piadoso Fouché no se encarga de quemar toda la oscura papelería oficial.

    En cuanto a lo que el Altísimo piensa sobre los jóvenes, te dejo esta perla, de 1964 (publicada hoy sin sonrojo por Granma):

    "... Pero hay algo respecto a los jóvenes que de vez en cuando me preocupa, algo que de vez en cuando me preocupa, y lo voy a decir, y es lo siguiente. Que, a pesar de la influencia de la educación, la Revolución ha brindado tantas y tantas oportunidades a los jóvenes, que en algunos casos puede decirse que la vida para ellos ha sido demasiado fácil, que en algunas ocasiones la vida ha sido demasiado fácil..."

    Supongo que se refería a la jeunesse dorée...

    ResponderEliminar
  4. guao! boris, esa cita bastaría para declarar ilegal, obsceno, doloroso, terrible, ofensivo, y hasta etc... al Granma!!! Ya había visto yo otras joyitas en esa primerísima plana que le dedican a los altos pensamientos del pasado glorioso del líder, pero esta, en particular, me da una rabia que me daría fuerzas, cuando menos, para lanzar irracionalmente col tras col, por ejemplo, durante un año entero, contra la cara de... no sé ni de quien, pero podría empezar por el que eligió la frase para repetirla... Aunque ya sé que ni con esas coles ni con este "poema" haré la revolución.
    En fin, gracias J, delicioso este post!

    ResponderEliminar
  5. "A lo mejor le cuesta a Antonio tanto esfuerzo convencer a su padre de que hay que hacer cambios en el béisbol cubano, como a su prima Mariela convencer al suyo de que legalice las uniones civiles entre parejas del mismo sexo."

    Esta frase sola te merece la posteridad, querido amigo!!!

    Me encanta tu fino humor pesimista, me parece estar viendo tu sonrisa que termina con la mirada tierna hacia el suelo...

    Un abrazo enorme!!!

    ResponderEliminar
  6. Profe, excelente artículo!!!!!!!!
    Me encantaría uno sobre la "boda real", sé que su exquisita ironía lo hará delicioso de leer.
    Felices vacaciones!!!!

    ResponderEliminar