Una vez adquirido, el hábito de la libertad resulta incurable. En Midan Tahrir, en El Cairo, desde el día que Hosni Mubarak fue derribado, no han cesado las protestas populares contra los que sustituyeron al anciano dictador e intentan recortar, milímetro a milímetro, el alcance y el carácter de la revolución.
Este viernes, miles de personas han marchado por El Cairo “para salvar la revolución de los que conspiran contra ella”. Los manifestantes piden que sean llevadas ante los tribunales las principales figuras del gobierno derrocado, y también que cesen los arrestos injustificados, las torturas y asesinatos cometidos con la aprobación o la complicidad de las nuevas autoridades militares. Mohammed Waked, del movimiento de los Socialistas Revolucionarios, dijo al periódico Al-Ahram que no le sorprendía lo que estaba pasando. “En las revoluciones, usualmente el régimen anterior es derrocado y los revolucionarios toman el control. Eso no ha pasado en nuestro caso. No tenemos el control del país, lo tienen los militares”. Salma Said, de un grupo llamado “No a los Tribunales Militares para Civiles”, le dijo a Al-Ahram: “La revolución no ha terminado y el régimen no ha caído todavía. Nada ha cambiado, la gente sigue siendo pobre y oprimida”. Pero algo sí parece haber cambiado, “la gente siente que puede ocuparse de sí misma”, le dijo a The Guardian Elliot Colla, un experto en Egipto de Georgetown University. “La gente custodia sus propios barrios, recoge su propia basura, y pueden pintar en las paredes. No necesitan permiso de nadie. Es un cambio fundamental. Antes, lo primero que uno le preguntaba a alguien que estuviera haciendo algo en la calle era, ‘¿Quién te dio permiso para hacer eso?’ Ahora la gente piensa, ‘Puedo hacerlo’.” A un artista llamado Ganzeer, los militares le borraron un retrato que había pintado en una pared de Islam Raafat, un chiquillo de 18 años arrollado por un camión de las fuerzas de seguridad de Mubarak el 25 de enero. “Cuando se prohíbe el arte en las calles, se refuerza la idea de que hay una autoridad por encima de las personas comunes”, dijo Ganzeer a The Guardian. “Pero en Tahrir y en las protestas alrededor del país, la gente adquirió el gusto de expresarse abiertamente, y el gobierno no podrá recuperar con facilidad el control de esos espacios públicos”. Ganzeer ha continuado pintando graffiti por toda la ciudad, que un ejército de voluntarios encargado de limpiar El Cairo borra inmediatamente. “Las reglas del juego no han cambiado, necesariamente”, explica Ganzeer. “Si yo quisiera abrir mi propia revista política mañana, y distribuirla abiertamente, encontraría todo tipo de barreras oficiales. Pero lo que vemos ahora, culturalmente, es que la gente, por primera vez en sus vidas, ha tomado control de su espacio público, y se está expresando abiertamente de muchas maneras. Hay ahora un diálogo en Egipto, y es imposible silenciarlo”.
En Bengasi, en la mitad de Libia donde Muammar Gadafi ya no manda, un comité de ciudadanos ha comenzado a administrar, con sorprendente eficacia, la rutina democrática de una nueva república. El frente de combate no está muy lejos, los rebeldes y los gadafistas todavía pelean en los alrededores de Adjabiya, a solo 90 millas de Bengasi. Pero en la capital rebelde se barren las calles, la policía regula el tráfico, los bancos y las escuelas están abiertos, y la gente se reúne en los cafés para discutir las últimas noticias, ya acostumbrados a no esconder sus opiniones. En Estados Unidos, a donde fue a pedir apoyo material y diplomático, uno de los líderes del Consejo Nacional de Transición de Libia, Mahmud Jibril, dijo hace unos días que, si los rebeldes logran echar a Gadafi de Trípoli, crearán un Congreso Nacional, con representación proporcional de todas las regiones del país, al que se encargará redactar una constitución para un país que no ha tenido ninguna en los últimos 42 años. La constitución será aprobada o desechada por los libios en un referendum, al que seguirán elecciones parlamentarias y presidenciales. De momento, el Consejo ha eliminado las restricciones a la libertad de culto en el territorio bajo su control. Un pequeño congreso de clérigos musulmanes reunido en Bengasi ha restablecido esta semana la Asociación de Académicos Islámicos, que había sido prohibida por el gobierno del esperpéntico coronel. Selim Jaber, uno de los imanes que acudieron a Bengasi, dijo a Al Jazeera que, en contra de lo que muchos analistas en Occidente temen, los musulmanes libios quieren “un estado democrático, un gobierno libremente elegido, escogido por la mayoría del pueblo”. Jaber añadió: “Queremos unirnos al mundo moderno, somos parte de ese mundo, coexistiendo con otros y permitiendo que todas las religiones sean practicadas”. En el complejo de edificios formado por la sede de los cuerpos de seguridad de Gadafi y la Corte Suprema, se ha instalado un centro de prensa, y se han abierto las oficinas de varias organizaciones políticas, formadas muy recientemente. Las paredes de ambos edificios, reporta el periódico egipcio Al-Masri Al-Youm, están cubiertas de dibujos ridiculizando a Gadafi. Uno lo muestra aplastado por una rotunda bota. El atribulado coronel balbucea: “Espera… ¡he decidido negociar!” “Para los residentes de Bengasi este sitio era un hueco negro, un símbolo de terror y opresión”, explicó al periódico Rajab al-Vatouri, un ex oficial de la Fuerza Aérea de Gadafi que tiene ahora a su cargo la seguridad del centro de prensa. “Cualquier persona sospechosa de no ser leal al régimen era traída aquí… había que tener mucha suerte para escapar con vida.” Al-Vatouri cree que el establecimiento de un centro de prensa en el mismo edificio donde eran torturados los enemigos de Gadafi ilustra elocuentemente el cambio ocurrido en Libia. “Queremos ver más de eso”, le dijo a Al-Masri Al-Youm. “Todos los ciudadanos de Bengasi queremos ver este lugar transformado, dar un giro de 180 grados, con jardines en los que la gente hable de religión y política”.
En Bengasi, en la mitad de Libia donde Muammar Gadafi ya no manda, un comité de ciudadanos ha comenzado a administrar, con sorprendente eficacia, la rutina democrática de una nueva república. El frente de combate no está muy lejos, los rebeldes y los gadafistas todavía pelean en los alrededores de Adjabiya, a solo 90 millas de Bengasi. Pero en la capital rebelde se barren las calles, la policía regula el tráfico, los bancos y las escuelas están abiertos, y la gente se reúne en los cafés para discutir las últimas noticias, ya acostumbrados a no esconder sus opiniones. En Estados Unidos, a donde fue a pedir apoyo material y diplomático, uno de los líderes del Consejo Nacional de Transición de Libia, Mahmud Jibril, dijo hace unos días que, si los rebeldes logran echar a Gadafi de Trípoli, crearán un Congreso Nacional, con representación proporcional de todas las regiones del país, al que se encargará redactar una constitución para un país que no ha tenido ninguna en los últimos 42 años. La constitución será aprobada o desechada por los libios en un referendum, al que seguirán elecciones parlamentarias y presidenciales. De momento, el Consejo ha eliminado las restricciones a la libertad de culto en el territorio bajo su control. Un pequeño congreso de clérigos musulmanes reunido en Bengasi ha restablecido esta semana la Asociación de Académicos Islámicos, que había sido prohibida por el gobierno del esperpéntico coronel. Selim Jaber, uno de los imanes que acudieron a Bengasi, dijo a Al Jazeera que, en contra de lo que muchos analistas en Occidente temen, los musulmanes libios quieren “un estado democrático, un gobierno libremente elegido, escogido por la mayoría del pueblo”. Jaber añadió: “Queremos unirnos al mundo moderno, somos parte de ese mundo, coexistiendo con otros y permitiendo que todas las religiones sean practicadas”. En el complejo de edificios formado por la sede de los cuerpos de seguridad de Gadafi y la Corte Suprema, se ha instalado un centro de prensa, y se han abierto las oficinas de varias organizaciones políticas, formadas muy recientemente. Las paredes de ambos edificios, reporta el periódico egipcio Al-Masri Al-Youm, están cubiertas de dibujos ridiculizando a Gadafi. Uno lo muestra aplastado por una rotunda bota. El atribulado coronel balbucea: “Espera… ¡he decidido negociar!” “Para los residentes de Bengasi este sitio era un hueco negro, un símbolo de terror y opresión”, explicó al periódico Rajab al-Vatouri, un ex oficial de la Fuerza Aérea de Gadafi que tiene ahora a su cargo la seguridad del centro de prensa. “Cualquier persona sospechosa de no ser leal al régimen era traída aquí… había que tener mucha suerte para escapar con vida.” Al-Vatouri cree que el establecimiento de un centro de prensa en el mismo edificio donde eran torturados los enemigos de Gadafi ilustra elocuentemente el cambio ocurrido en Libia. “Queremos ver más de eso”, le dijo a Al-Masri Al-Youm. “Todos los ciudadanos de Bengasi queremos ver este lugar transformado, dar un giro de 180 grados, con jardines en los que la gente hable de religión y política”.
![]() |
Bengasi |
![]() |
Yemen. Un manifestante con un mensaje: "Vete". |
Mientras tanto, en el país donde se inició esta larga primavera oriental, Irán, no hubo este viernes ninguna protesta, ninguna arisca manifestación contra el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad. El pasado mes de febrero, cuando la oposición iraní se atrevió a salir a las calles para solidarizarse con las revoluciones de Túnez y Egipto, el gobierno de Ahmadinejad tomó excepcionales medidas para impedir que las columnas de manifestantes llegaran a la plaza Asadi, en el centro de Teherán. Los líderes de la oposición fueron secuestrados de sus casas, y miles de policías fueron desplegados en el centro de la ciudad. Algunos cientos de manifestantes lograron llegar a las plazas y calles del centro, gritando “¡Un iraní muere, pero no acepta la humillación!” y “¡Muerte al Dictador!” La policía respondió con golpes y gases lacrimógenos. Los protestantes, reportó The Independent, fueron perseguidos por las calles por motocicletas de las fuerzas de seguridad. Desde la implacable ola represiva de febrero, la oposición iraní, diezmada, desmoralizada, no se ha atrevido a salir de nuevo a la calle. Pero esta semana el gobierno iraní ha recibido un varapalo en el Festival Internacional de Cine de Cannes. Le Palais des Festivals et des Congrès ha acogido el estreno mundial de “Esta no es una película”, un documental sobre el cineasta iraní Jafar Panahi, filmado por el propio Panahi y su colega Mojtaba Mirtahmasb. Panahi, por supuesto, no acudió a Cannes a presentar su nueva obra. El cineasta iraní, que ganó la Camera d’Or en Cannes en 1995 por “El Globo Blanco”, fue condenado en el 2010 a seis años de cárcel por supuestos crímenes contra la seguridad nacional de su país y “propaganda contra la República Islámica”. El cineasta ha apelado la sentencia, y espera en estos momentos la decisión del tribunal. Panahi fue arrestado en su propia casa, junto a otras personas, cuando se proponía filmar una película sobre las protestas que siguieron la controvertida elección presidencial iraní del 2009, que la oposición consideró espuria. Como parte de su sentencia, también le fue impuesta la prohibición de filmar películas, escribir guiones, conceder entrevistas o viajar fuera del país por veinte años. “Esta no es una película” burla esa prohibición, la hace añicos. Fue filmada aparentemente con una cámara no profesional, y un teléfono, medios desesperados pero convenientemente discretos. Mirtahmasb la sacó del país en una memoria flash escondida dentro de un cake. La formidable Manohla Dargis, de The New York Times, que ha visto la película en Cannes, la ha descrito como “75 fugaces pero ricos minutos”. Panahi aparece en pantalla realizando algunas triviales tareas domésticas, recibe llamadas, atiende visitas, mira en televisión reportes del tsunami en Japón, da de comer a la iguana de su hija. En un momento, mirando a la cámara, explica los términos de su sentencia, y pide a sus colegas iraníes que no corran riesgos por su causa. Después, cuenta una película que no le dejaron hacer, sobre una joven que sueña con estudiar en una universidad. En Cannes ha sido vista también “Adiós”, una película de otro cineasta iraní, Mohammad Rasoulof, condenado a prisión por delitos similares a los de Panahi. Filmada clandestinamente en el interior de un edificio, “Adiós” cuenta la historia de un abogado dedicado a los derechos humanos que busca la forma de escapar de Irán después de perder la licencia para practicar su profesión. “Hemos decidido correr el riesgo de hacer lo que hacemos, en cualquier situación”, dijo Mirtahmasb en una conferencia de prensa en Cannes este viernes. “Preferimos ser libres que ser héroes en prisión”.
![]() |
Jafar Panahi |
“Sin aire”, escribió José Martí, “la tierra muere. Sin libertad, como sin aire propio y esencial, nada vive”. De Cuba llega la noticia, al anochecer del viernes, de la expulsión del pintor Pedro Pablo Oliva de la Asamblea Provincial del Poder Popular de Pinar del Río, presuntamente por “contrarrevolucionario”, aunque cuesta creer que una acusación tan bovinamente estúpida haya sido lanzada contra un hombre que, hace unos meses, todavía declaraba sentir “ternura” por Fidel Castro. Al parecer, si estas primeras informaciones son correctas, y no rumores malintencionados, la Casa Taller de Oliva en Pinar del Río ha sido cerrada como castigo, entre otras supuestas faltas, por ciertas declaraciones del pintor al programa radial “La Noche se Mueve”, de Miami. En esas declaraciones, Oliva iba tan lejos como defender la necesidad de otro partido político en Cuba. El propio Oliva ha confirmado a Diario de Cuba lo ocurrido, pero declinó, discretamente, discutir los detalles. En la puerta de su taller, que ha sido calificado de “nido de contrarrevolucionarios”, Oliva ha colgado una nota de despedida: “Ha sido un placer servirles a todos desde hace 13 años. Prohibido terminantemente dejar de soñar”. ¿Qué hará ahora en Cuba, marcado como contrarrevolucionario, un hombre como Oliva, que como Jafar Panahi, o como los manifestantes que hoy salieron a las calles de El Cairo, de Damasco o de Saná, ha adquirido el fatal, incorregible hábito de la libertad? Con seguridad, seguir pintando, obsesivamente, lo que será, para él, casi como salir a la calle con un cartel y un grito. “Soy un hombre con esperanza, coño, sí creo en el mejoramiento humano, en la vida futura, sí tengo la esperanza de que el mundo cambie”, le dijo Oliva al conductor de “La Noche se Mueve”. Así termina esta larga, sangrienta, rabiosa jornada.
Qué país de mierda tenemos. Al locutor Edmundo García, lo acusan en Miami de "procastrista". Al pintor Pedro Pablo Oliva le cierran su Casa Taller por decir por teléfono al programa de Edmundo en Miami, que le gustaría que en Cuba hubiera más de un partido político. ¿Cuántos siglos harán falta para que los cubanos aprendamos a vivir en mínima libertad? ¿Para que toleremos los más mínimos matices?
ResponderEliminar