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13 de mayo de 2011

Un hombre en el parque

Se llamaba Ian Tomlinson, no Juan Wilfredo Soto García, y era, por cualquier lado que se le mire, un perdedor.

Había cumplido 47 años, pero parecía tener diez más.  Se había casado dos veces y tenía nueve hijos e hijastros, el mayor de 32, la menor de 15. Era rotundamente alcohólico. Su segunda mujer lo había dejado muchos años atrás, y desde entonces Tomlinson vivió en la calle, en las cavernas del invierno londinense, hasta que fue recogido por un asilo para desamparados en Lindsey Street.  En los últimos tiempos, ganaba algunas libras vendiendo el Evening Standard en un kiosko a la salida del metro en Monument. Era un seguidor irreductible del Millwall FC, un paupérrimo pero aguerrido club de fútbol del sur de Londres. El lema del club resumía elocuentemente todo lo que estaba mal en la vida de Ian Tomlinson: “Nadie nos quiere, no nos importa”. El día que murió, el 1 de abril del 2009, Tomlinson llevaba puestas dos camisetas, una azul, del Millwall, y una gris, con la imagen del más prolífico goleador del club, el indomable Neil Harris.

Es difícil determinar cuánto sabía Tomlinson de política internacional, y cuáles eran sus más empecinadas opiniones, pero los periodistas que reportaron su muerte determinaron rápidamente que el infeliz vendedor del Standard no había participado en las protestas contra la cumbre del Grupo de los Veinte, el concilio de las economías más grandes del planeta, que se celebraba en Londres en aquella titubeante primavera. Varios miles de manifestantes, miembros o simpatizantes de una extensa y caótica coalición de grupos anticapitalistas, anarquistas, socialistas y verdes, habían marchado por las calles de la ciudad y se habían concentrado en Trafalgar Square y frente al Banco de Inglaterra, en Threadneedle Street. La cumbre tenía lugar un tanto lejos de allí, en el ExCel Centre, en las Docklands, a donde los protestantes no habían podido siquiera acercarse, la policía se había asegurado de ello. El Banco de Inglaterra había sido elegido por los grupos más radicales como un adecuado reemplazo. Unos pocos meses antes, en el fatídico otoño del 2008, el sistema financiero mundial había estado a punto de colapsar por culpa de la supina incompetencia y la pantagruélica avaricia de los grandes bancos de Wall Street y la City of London. En el Excel Centre, el Presidente Obama, Mr Brown, Monsieur Sarkozy y Frau Merkel trataban de encontrar un remedio a la crisis, la salvación in extremis del capitalismo mundial. Frente al Banco de Inglaterra, al mismo tiempo, una multitud colérica y malhablada demandaba cambios en el mecanismo mundial infinitamente más profundos que cualquiera que Obama y los otros mandamases hubieran podido o querido contemplar.

Tratando de impedir que el desorden se extendiera por el centro de la ciudad, la policía de Londres aplicó una de sus tácticas favoritas, ideada por quién sabe qué refinado Fouché moderno en las oficinas de Scotland Yard, una cruel maniobra de apaciguamiento llamada por los periodistas y por sus víctimas kettling.  El procedimiento, cuyo nombre alude al acto de calentar agua para el té en un kettler, consiste en rodear a una multitud presuntamente violenta o descontrolada, cercarla con una línea policial que impida la entrada o salida de personas, incluso forzarla a moverse hacia un sitio más conveniente para la policía, menos visible. Después de muchas horas sin poder moverse, sin acceso a baños, sin alimentos ni bebida, temblando bajo la lluvia o la nieve, la multitud termina por rendirse, pierde las ganas de luchar, acepta las condiciones de la policía, que entonces, finalmente, y sin mucho apuro, deja ir a los manifestantes, uno a uno, y arresta, sin enfrentar demasiada resistencia, a los más tenaces o violentos. La policía británica ha recurrido a esta maniobra de dudosa legalidad en varias ocasiones a lo largo de los últimos diez años, en los disturbios del 1 de mayo del 2001, durante la cumbre del Grupo de los Ocho en el 2005, y contra los estudiantes universitarios en el otoño del año pasado.  A los manifestantes del Banco de Inglaterra, en abril del 2009, los cercaron completamente poco después del mediodía.  Solo a las siete de la noche la policía comenzó a abrir el cerco, dejó ir a algunos manifestantes, los más pacíficos y cansados. La multitud, para entonces, estaba reventando de rabia y odio. Algunos manifestantes arrojaban toda suerte de proyectiles contra sus captores, que respondieron a golpe de bastón.  En el puesto de mando de la Policía Metropolitana, los oficiales a cargo de la operación, temiendo perder el control de la calle, autorizaron el uso de la fuerza.  Aproximadamente a la misma hora, Ian Tomlinson dejó el kiosko de periódicos en Monument y trató de llegar a Lindsey Street, pero una y otra vez se cruzó con columnas y postas de la policía que lo desviaron de su camino. Los periódicos londinenses reconstruirían, en las semanas siguientes, minuto por minuto, la breve odisea de Tomlinson por aquel proceloso mar Egeo de policías y manifestantes, la zigzagueante trayectoria del pobre hombre buscando el camino a casa.  Avanzó, retrocedió, intentó colarse por un pasaje peatonal, en un punto lo mordió un perro de la brigada antidisturbios.  Finalmente, chocó con el agente Simon Harwood. 

Los periódicos adivinarían días después la identidad de Harwood a pesar de que en el momento de su encuentro con Tomlinson el agente llevaba el rostro cubierto con una balaclava y había quitado de su uniforme su número de servicio, trucos de los policías para poder usar la fuerza con impunidad, sin temor de ser reconocidos luego por sus víctimas, o en los videos de las cámaras de seguridad que hay, en Londres, por todas partes, en cada esquina, en cada nube.  Harwood había estado en la calle desde las tres y media de la madrugada, llevaba más de catorce horas peleando con los manifestantes, rodeado de vociferantes jovencitos que le habían dedicado un diccionario entero de insultos.  A las siete de la noche, al parecer, ya estaba enloquecido, fuera de sí.  Arrestó a un hombre que pintaba un letrero en un camión de Scotland Yard, “Todos los policías son unos bastardos”, y le estrelló la cabeza contra la puerta del vehículo.  Varios manifestantes vieron lo que ocurría, se acercaron.  En la confusión que siguió, el detenido logró escapar, Harwood se quedó, cómicamente, solo con el abrigo del vándalo. Con él, como si fuera un escudo, Harwood se protegió de un manifestante que se había acercado demasiado. Tiró al suelo a un camarógrafo de la BBC, le dio un manotazo a un inocente transeúnte. Unos minutos después, a las 7:25 pm, junto a los edificios del Royal Exchange, Harwood le dio un empujón por la espalda a Ian Tomlinson, y un bastonazo en un muslo.  Un corredor de bolsa, Robert Fitch, que miraba la escena desde su oficina, contaría más tarde que Tomlinson cayó como “un saco de papas”.  Mr Fitch dijo que, extrañamente, Tomlinson no parecía haber hecho nada para romper la caída y protegerse del golpe contra el suelo.  “Todavía tenía las manos en los bolsillos, y al verlo caer, yo pensé, ‘Eso le va a doler’”. Un colega de Mr Fitch, Giuseppe Di-Cecio, que presenció el incidente desde la misma oficina, dijo que el policía había sido “bastante agresivo” y que su acción parecía injustificada porque Tomlinson no había mostrado ninguna hostilidad contra el agente, y no había tampoco una situación tensa o peligrosa en aquella particular esquina, en aquel específico momento.  Sentado en el suelo, Tomlinson hizo un gesto de protesta, gritó a los policías: “Yo solo quiero ir a casa”.  Un manifestante lo ayudó a ponerse de pie.  Tomlinson caminó unos sesenta metros y se derrumbó, en el número 77 de Cornhill. De acuerdo con los testigos, Tomlinson todavía respiró unos minutos más, con creciente dificultad. Varias personas se acercaron a ayudarlo, pero la policía, al ver lo que había ocurrido, los apartó. Un trabajador social, Daniel McPhee, llamó a los servicios de emergencia.  El 999 recomendó a McPhee poner a Tomlinson bocarriba y pidió hablar con la policía, pero ningún agente quiso hacerlo. Varios médicos de la policía llegaron, comenzaron a administrar a Tomlinson primeros auxilios. Finalmente, el desgraciado fue conducido al Royal London Hospital.  Llegó muerto. 
Ian Tomlinson cae al suelo, empujado por el agente Harwood
La autopsia de Ian Tomlinson, conducida por el doctor Freddy Patel en la morgue de Saint Pancras cuarenta y ocho horas después, concluyó  que la causa de la muerte había sido perfectamente natural, un agudo síndrome coronario, un apolítico ataque cardíaco. El reporte forense notó que Tomlinson tenía un volumen de alcohol en la sangre cuatro veces superior al permitido a los conductores de vehículos. El doctor Patel encontró en el cadáver la marca del golpe propinado por el agente Harwood, pero le pareció inconsecuente, el resultado de una fuerza leve o moderada. Más significativo le pareció el terrible estado físico en que Tomlinson se hallaba en el momento de su muerte, en particular su grave afección hepática, “una esteatosis severa con cirrosis nodular mixta” y “hemorragia subcapsular anterosuperior en el lóbulo exterior derecho”. El dictamen del doctor Patel parecía definitivo, pero un par de días más tarde, el dominical The Observer publicó una foto de Tomlinson, tomada azarosamente por un estudiante, en el momento en que, sentado en el suelo después de ser empujado por Harwood, el infeliz gemía su yo-solo-quiero-ir-a-casa frente a la hilera de policías. Varios testigos relataron el incidente a la prensa, dijeron haber visto a un policía golpeando a Tomlinson.  Incluso tres agentes de Scotland Yard reportaron el incidente a sus superiores.  La vasta familia del ex vendedor de periódicos, habiendo oído los rumores sobre lo sucedido, pidió una urgente investigación.  El 7 de abril, casi una semana después de la muerte de Tomlinson, The Guardian publicó en su website un video del incidente, tomado por un hombre de negocios norteamericano, Chris La Jaunie, que estaba en Londres atendiendo una conferencia.  La Jaunie estaba observando la manifestación, las maniobras de la policía para dispersar a la multitud, cuando vio a Tomlinson aparecer en la escena. “Lucía desorientado, tuve la impresión de que estaba borracho”. La Jaunie filmó el momento en que Tomlinson se acercó a la línea de policías y trató de abrirse paso. “No pude entender por qué se acercó tanto a la policía, pensé que ellos podían considerarlo una amenaza”.  La película de La Jaunie muestra a Tomlinson retirándose, vencido, de espaldas a la policía, con las manos en los bolsillos, y a Harwood adelantándose y golpeándolo, brutalmente, sin ninguna posible justificación. La Jaunie presenció el colapso de Tomlinson y la agitación a su alrededor, pero fue solo días después, de regreso en su país, al ver la foto de la víctima en los periódicos norteamericanos, que se dio cuenta que era el mismo hombre que él había filmado. Ofreció el video, sin pedir nada a cambio, a varios periódicos británicos, pero solo The Guardian pareció interesado.  El video de La Jaunie cambió el curso de la investigación sobre la muerte de Ian Tomlinson. Scotland Yard, que había inicialmente tratado de cerrar el caso amparándose en el informe forense del doctor Patel, tuvo que aceptar el escrutinio de la Comisión Independiente de Quejas contra la Policía. El agente Harwood, quizás una de las últimas personas en enterarse de la muerte de Tomlinson, y ver el video de La Jaunie, fue suspendido. Un nuevo examen del cadáver fue decidido. El doctor Nat Cary, que lo condujo, desechó la tesis del ataque cardíaco, y afirmó que Tomlinson había muerto de una hemorragia intestinal.  Según muestra el video de La Jaunie, Tomlinson cayó sobre su brazo derecho, y se incrustó su propio codo en el abdomen. El feroz impacto, concluyó el Dr Cary, hizo que el hígado de Tomlinson, ya muy dañado, sangrara copiosamente. Las nuevas, abrumadoras evidencias, y la tenacidad de The Guardian y The Observer, que siguieron cubriendo la historia de Tomlinson cuando los otros periódicos dejaron de prestarle atención, hundieron a la policía londinense.  Tras muchas idas y venidas, y una extensa y parsimoniosa investigación independiente, un jurado de Londres determinó el pasado día 3, más de dos años después de los sucesos del Banco de Inglaterra, que el agente Harwood había matado ilegalmente a Tomlinson, que la causa de la muerte de este había sido en efecto una hemorragia intestinal, no un infarto, y que el agente había usado “excesiva e injustificada fuerza” contra un hombre que no representaba una amenaza. Harwood, todavía suspendido, será ahora examinado por una comisión disciplinaria de la Policía Metropolitana, que podría expulsarlo definitivamente. La fiscalía está estudiando la evidencia médica disponible para acusarlo de homicidio. El doctor Patel, autor de la primera, incorrecta autopsia, ha sido denunciado por incompetente, y eliminado de la lista de patólogos forenses del Home Office.   
Una manifestación en Londres, en julio del 2010,
pidiendo justicia para Ian Tomlinson
Dos días después de que la investigación judicial sobre la muerte de Ian Tomlinson concluyera en Londres, Juan Wilfredo Soto García fue arrestado por la policía en el parque Vidal de la ciudad de Santa Clara, en Cuba, a donde acostumbraba ir cada mañana. No está aún claro por qué la policía lo detuvo, aunque son tan frecuentes en estos días los arrestos de miembros de los grupos disidentes cubanos, que ya nadie, ni los policías ni los detenidos, le prestan demasiada atención a esa formalidad, la naturaleza del crimen. Estar en un sitio específico, o caminar por una calle, son, potencialmente, delitos gravísimos, si uno está en la lista de sospechosos o molestos protestones. “Querían que se fuera del parque, y lo obligaron por la fuerza”, dijo a Diario de Cuba Guillermo Fariñas, la más visible y activa figura de la oposición ilegal cubana en estos momentos, líder de un grupo llamado Foro Antitotalitario Unido, del que Soto era secretario. “Empezaron a golpearlo y de ahí hubo que llevarlo al hospital”. Soto fue al hospital, con dolores severos, en la tarde del mismo día que fue arrestado.  Le dieron de alta a las pocas horas pero al día siguiente estaba de vuelta, peor.  Juan Wilfredo Soto murió en la madrugada del domingo 8 en el hospital provincial de Santa Clara. Con inusual y quizás sospechosa prontitud, el gobierno cubano publicó una nota denunciando “una nueva campaña difamatoria”, y negando rotundamente que la muerte de Soto hubiera sido provocada por una paliza policial.  Según las autoridades de la isla, la muerte de Soto habría sido causada por un “shock multifactorial por fallo multiorgánico, debido a una pancreatitis”. Con obsesiva meticulosidad, la nota del gobierno cubano enumeró las enfermedades que padecía el infeliz Soto:  miocardiopatía dilatada, hiperlipidemia, diabetes, hepatitis crónica.  Pero la nota no negó que Soto hubiera sido arrestado, “por alteración del orden”, en la mañana del jueves 5 de mayo, en el habitualmente apacible parque Vidal,  ni que lo hubieran tenido tres horas  detenido en una estación de la policía. Significativamente, la nota no negó tampoco que la policía hubiera usado la fuerza contra Soto, solo insiste en que el cadáver no tenía “signos de violencia internos o externos”. Granma, el diario del Partido, salió inmediatamente a buscar testigos que apoyaran la versión oficial, y encontró a algunos familiares, una hermana de Soto, una sobrina, y muy curiosamente, el esposo de esa misma sobrina, dispuestos a refutar la versión de Fariñas.  En el acto, Fariñas replicó a Granma, dijo que la hermana de Soto padecía “trastornos psiquiátricos”, que el esposo de la sobrina temía ser expulsado de la universidad si negaba la versión oficial, y que uno de los presuntos testigos del incidente del Parque Vidal, un vendedor de flores llamado Jorge Álvarez Cabrera, era un informante de la Seguridad del Estado. En Bruselas, la alta representante de política exterior de la Unión Europea, la baronesa Ashton, dijo que le había pedido al gobierno cubano información y explicaciones sobre lo ocurrido a Soto.  Amnistía Internacional, por su parte, reclamó una investigación imparcial e independiente sobre el incidente del parque Vidal. “Existen demasiadas preguntas sin respuesta”, dijo la organización en un comunicado. “Es necesario que se lleve a cabo una investigación exhaustiva sobre lo que le sucedió a Juan Wilfredo Soto en el parque, en la comisaría y en el hospital”.  

En Londres, tras conocer el veredicto de la investigación judicial, la familia de Ian Tomlinson ha publicado una nota agradeciendo el trabajo de los investigadores y del jurado. “Vamos a comenzar una nueva fase en nuestra lucha para que se haga justicia”.    



El informe de la Comisión Independiente de Quejas contra la Policía sobre la muerte de Ian Tomlinson, y otros reportes acerca del mismo caso, están disponibles en el sitio de la Comisión, en inglés.   

2 comentarios:

  1. Juan O., genial tu analisis y paralelismo de la vida de estos dos hombres.

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  2. Genial analisis,pero desastrosa comparacion,te sugiero y para nada estoy parcializado que ganes en informacion,necesidad insoslayable para ser justo.

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