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28 de junio de 2013

El amor (o el desamor)

Medianoche.   En la penumbra, se escucha la voz de Nina:

Love me, love me, love me,
say you do.
Let me fly away with you.
For my love is like the wind...
And wild is the wind...

Give me more than one caress.
Satisfy this hungriness.
Let the wind blow through your heart.
For wild is the wind...

La infinita noche vacía.   Tú solo, muriendo esta muerte larga y cruel y sin esperanzas.   Un hombre que muere su vida sin saber qué hacer para evitarlo.  Pronuncias un nombre, se te escapa de la garganta y echa a volar por la habitación como una mariposa nocturna que no encontrara la salida hacia el aire libre.  La mariposa gira alrededor de tu desesperación, aletea frente a tus ojos, se posa en tu frente y muere.  Te echas en la cama, te cubres con las sábanas sucias del miedo, lloras.   Como un niño frágil, lloras.  Pero no logras sacarte de adentro toda el agua amarga del desamor, y su sal hiriente entra en tu sangre y en tu corazón y en tu memoria.  No puedes dormir, no puedes conciliar el sueño leve de la resignación.  Gritas, maldices.  Tu grito resuena en todas las ciudades del mundo, despierta a los que duermen, detiene el trabajo de las fábricas y de los campesinos, interrumpe las guerras y las discusiones en los parlamentos.  En las frías cavernas de tu tristeza se oye tu grito, y arranca las piedras y provoca una avalancha que te sepulta vivo en tu propio fondo.  En la vasta desolación lunar, escurriéndose debajo del silencio, se escucha la voz de Nina:

You touched me!
I hear the sound of mandolins!
You kissed me!
With your kiss my life begins!
You’re spring to me, all things to me...
Don’t you know you’re life itself?

Ellos también esperan.  El hombre esquivo y ceñudo que compra un ticket solitario para ver una vieja película aburrida en la función nocturna de la cinemateca.   El remoto muchacho que se queda estudiando en el albergue de la escuela la noche de la recreación.   La jovencita triste que escucha a sus amigas hablar de sus novios.  El pobre que recorre el Malecón o los parques terribles buscando un cuerpo y una mentira.  El profesor que llega al aula deshecho de angustia, y aún así sonríe a los alumnos y dice: “Hoy vamos a hablar de la guerra del 68”.  Aquella mujer que escucha obstinadamente, a las once de la mañana, un nuevo capítulo de “Su novela de amor”, y después prepara almuerzo y cena solo para ella.   El que va a la playa sin compañía, y mira los cuerpos que quisiera y no puede tocar, y luego en casa le hace vanamente el amor a esas vagas imágenes.   El que recibe el 14 de febrero felicitaciones de lástima, “porque también se ama a la patria o a los amigos”. Aquel que pega en su cuarto fotos de enormes mujeres desnudas y se duerme mirándolas.  Aquella que morirá encerrada en la cárcel nunca abierta de su castidad. El que mira, escondido detrás de las persianas del balcón, cómo su vecino se desnuda en el apartamento del frente.  La destacada compañera que siempre se queda hasta tarde en la oficina, haciendo trabajo atrasado, tan atrasado que serán necesarias todas las noches restantes del mundo para ponerlo al día.   El que una vez, al cabo de una eternidad de matrimonio, reconoce que nunca ha estado enamorado.   La que encuentra en el horóscopo indicaciones seguramente dirigidas a otras libras, o capricornios, o sagitarios:  “Amor:   Plenitud.  Dedique más tiempo a disfrutar la compañía de su pareja”.  La tenue muchacha que abre un libro y lee:  “¿Sabes el tamaño de esta palabra:  jamás?”  Ella lo conoce, y se espanta, porque la palabra jamás es más grande que la más terca de las ilusiones.               



Tú pronuncias otra vez ese extraño nombre.  Entonces ocurre el prodigio, ese nombre sale de tu pecho o de tu deseo como un cuerpo y está frente a ti quien llamabas.  Pero sus brazos no se abren, sus ojos están vacíos de cualquier luz de ternura, te mira y repite aquello que no querías escuchar de nuevo, el agrio no-te-amo, el feroz no-te-amo, el tiránico no-te-amo, el definitivo, sin remedio, no-te-amo. Otra vez no comprendes, no sabes en qué lengua bárbara te habla que no puedes comprender el significado, la enigmática gravedad de esa frase: “No te amo”.  No han bastado para comprender esa frase, “No te amo”, las interminables explicaciones del amor escritas por esos necios, los poetas, que tú has leído disciplinadamente durante largos años.  No han bastado para hacer callar a esa multitud, “No te amo”, las viejas canciones de amor que ahora parecen tenazmente proféticas. No ha bastado para derrotar ese ejército, “No te amo”, la ardorosa elocuencia de tu devoción y tu lealtad.  No ha bastado para cruzar ese océano ignoto, “No te amo”, tu cuerpo, que has ofrecido como un barco, como una fruta sana, como un libro de hojas rumorosas, como la bandera de un país libre, como una casa nueva.  No ha bastado para abrir esa puerta obstinada, “No te amo”, el tiempo, que has domado como a un potro salvaje y le has entregado manso para que lo monte.  No han bastado para romper esa piedra, “No te amo”, ni los golpes del miedo sobre tu rebelde memoria, que no puedes matar.   Estás solo otra  vez en la habitación, solo con tu amor, que es la peor soledad.   Abres un libro y lees:  “¿Sabes el tamaño de esta palabra: jamás?”   Te espantas, porque la palabra jamás es más pequeña, mucho más pequeña que tu amor. Y todavía más pequeña que tu muerte, que ya has empezado a morir, vorazmente.  Doce y dos minutos, la noche es perezosa.  Nina canta, enloquecida:

Like a leaf clings to a tree,
Oh, my darling, cling to me!
For we’re creatures of the wind...
And wild is the wind, so wild is the wind!...

Para ti, viejo amigo, y para todos los que esperan un poco de amor, pido piedad. 
  

1 comentario:

  1. Bellísimo texto.
    Como un buen destilado.
    Gracias.
    Osmani B.

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