Medianoche. En la penumbra, se escucha la voz de Nina:
Love me, love me, love me,
say you do.
Let me fly away with you.
For my love is like the wind...
And wild is the wind...
Give me more than one caress.
Satisfy this hungriness.
Let the wind blow through your
heart.
For wild is the wind...
La infinita
noche vacía. Tú solo, muriendo esta
muerte larga y cruel y sin esperanzas.
Un hombre que muere su vida sin saber qué hacer para evitarlo. Pronuncias un nombre, se te escapa de la
garganta y echa a volar por la habitación como una mariposa nocturna que no
encontrara la salida hacia el aire libre. La mariposa gira alrededor de tu desesperación, aletea frente a tus
ojos, se posa en tu frente y muere. Te
echas en la cama, te cubres con las sábanas sucias del miedo, lloras. Como un niño frágil, lloras. Pero no logras sacarte de adentro toda el
agua amarga del desamor, y su sal hiriente entra en tu sangre y en tu corazón y
en tu memoria. No puedes dormir, no
puedes conciliar el sueño leve de la resignación. Gritas, maldices. Tu grito resuena en todas las ciudades del
mundo, despierta a los que duermen, detiene el trabajo de las fábricas y de los
campesinos, interrumpe las guerras y las discusiones en los parlamentos. En las
frías cavernas de tu tristeza se oye tu grito, y arranca las piedras y provoca una
avalancha que te sepulta vivo en tu propio fondo. En la vasta desolación lunar, escurriéndose
debajo del silencio, se escucha la voz de Nina:
You touched me!
I hear the sound of mandolins!
You kissed me!
With your kiss my life begins!
You’re spring to me, all things to
me...
Don’t you know you’re life itself?
Ellos también
esperan. El hombre esquivo y ceñudo
que compra un ticket solitario para ver una vieja película aburrida en la
función nocturna de la cinemateca. El
remoto muchacho que se queda estudiando en el albergue de la escuela la noche
de la recreación. La jovencita triste
que escucha a sus amigas hablar de sus novios. El pobre que recorre el Malecón o los
parques terribles buscando un cuerpo y una mentira. El profesor que llega al aula deshecho de
angustia, y aún así sonríe a los alumnos y dice: “Hoy vamos a hablar de la
guerra del 68”. Aquella mujer que
escucha obstinadamente, a las once de la mañana, un nuevo capítulo de “Su
novela de amor”, y después prepara almuerzo y cena solo para ella. El que va a la playa sin compañía, y mira
los cuerpos que quisiera y no puede tocar, y luego en casa le hace vanamente el
amor a esas vagas imágenes. El que recibe el 14 de febrero felicitaciones
de lástima, “porque también se ama a la patria o a los amigos”. Aquel que pega en su cuarto fotos de enormes
mujeres desnudas y se duerme mirándolas. Aquella que morirá encerrada en la cárcel nunca abierta de su
castidad. El que mira, escondido detrás
de las persianas del balcón, cómo su vecino se desnuda en el apartamento del
frente. La destacada compañera que
siempre se queda hasta tarde en la oficina, haciendo trabajo atrasado, tan
atrasado que serán necesarias todas las noches restantes del mundo para ponerlo
al día. El que una vez, al cabo de una
eternidad de matrimonio, reconoce que nunca ha estado enamorado. La que encuentra en el horóscopo
indicaciones seguramente dirigidas a otras libras, o capricornios, o
sagitarios: “Amor: Plenitud. Dedique más tiempo a disfrutar la compañía de su pareja”. La tenue muchacha que abre un libro y
lee: “¿Sabes el tamaño de esta
palabra: jamás?” Ella lo conoce, y se
espanta, porque la palabra jamás es más grande que la más terca de las
ilusiones.
Tú pronuncias
otra vez ese extraño nombre. Entonces
ocurre el prodigio, ese nombre sale de tu pecho o de tu deseo como un cuerpo y
está frente a ti quien llamabas. Pero
sus brazos no se abren, sus ojos están vacíos de cualquier luz de ternura, te
mira y repite aquello que no querías escuchar de nuevo, el agrio no-te-amo, el
feroz no-te-amo, el tiránico no-te-amo, el definitivo, sin remedio, no-te-amo. Otra vez no comprendes, no sabes en qué
lengua bárbara te habla que no puedes comprender el significado, la enigmática
gravedad de esa frase: “No te amo”. No
han bastado para comprender esa frase, “No te amo”, las interminables
explicaciones del amor escritas por esos necios, los poetas, que tú has leído
disciplinadamente durante largos años. No han bastado para hacer callar a esa multitud, “No te amo”, las viejas
canciones de amor que ahora parecen tenazmente proféticas. No ha
bastado para derrotar ese ejército, “No te amo”, la ardorosa elocuencia de tu
devoción y tu lealtad. No ha bastado
para cruzar ese océano ignoto, “No te amo”, tu cuerpo, que has ofrecido como un
barco, como una fruta sana, como un libro de hojas rumorosas, como la bandera
de un país libre, como una casa nueva. No ha bastado para abrir esa puerta obstinada, “No te amo”, el tiempo,
que has domado como a un potro salvaje y le has entregado manso para que lo
monte. No han bastado para romper esa
piedra, “No te amo”, ni los golpes del miedo sobre tu rebelde memoria, que no
puedes matar. Estás
solo otra vez en la habitación, solo con
tu amor, que es la peor soledad. Abres
un libro y lees: “¿Sabes el tamaño
de esta palabra: jamás?” Te espantas,
porque la palabra jamás es más pequeña, mucho más pequeña que tu amor. Y todavía más pequeña que tu muerte, que
ya has empezado a morir, vorazmente. Doce y dos minutos, la noche es perezosa. Nina canta, enloquecida:
Like a leaf clings to a tree,
Oh, my darling, cling to me!
For we’re creatures of the wind...
And wild is the wind, so wild is the
wind!...
Para ti, viejo
amigo, y para todos los que esperan un poco de amor, pido piedad.
Bellísimo texto.
ResponderEliminarComo un buen destilado.
Gracias.
Osmani B.