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5 de julio de 2013

Destino desconocido

Dice Raúl Castro que Cuba sigue avanzando.  No dijo hacia dónde, pero como todo en el universo avanza imparablemente hacia su destrucción, Raúl tiene, en un sentido distinto al de sus palabras, razón.  El optimismo del presidente de Cuba es, de todas maneras, injustificado.  Su propio Consejo de Ministros le ofreció la semana pasada muy escasas buenas noticias.  La economía cubana crecerá este año entre 2.5 y 3%, bastante menos que el 3.6% inicialmente pronosticado.  Para una economía de supervivencia como la de Cuba, ese ritmo de crecimiento es  imperceptible, no van a aparecer súbitos signos de prosperidad  en las bodegas y cafeterías de La Habana, ni en los solares de Matanzas y Santiago, no se van a alzar torres de apartamentos populares en la Víbora y el Cotorro, ni se va a terminar la Autopista Nacional.  La zafra azucarera, que tenía un plan ejemplarmente modesto,  se quedó corta en 192 mil toneladas.  El gobierno cubano logró ahorrar 168 millones de dólares en importación de alimentos, comprando más barato, y uno debe suponer, menos, y más malo, pero como la producción nacional sigue siendo escasa e irregular, la isla pagó 46 millones adicionales por alimentos que debía haber producido ella misma.  Las construcciones quedaron 9% por debajo del pronóstico, aunque aún así lo hecho fue 16.6% superior a lo del año anterior, cuando, si se construyó algo en Cuba, fueron llega-y-pon, habitados por mosquitos y plagas.  El Consejo de Ministros reportó un ligero superávit de 4%, que atribuyó, con encomiable candidez, a la recaudación de los impuestos de los cuentapropistas, una tarea en la que los administradores de Cuba han probado ser infinitamente más efectivos que en la producción de frijoles o la construcción de casas, puentes y carreteras.  Los ministros cubanos examinaron otros hondísimos problemas, entre ellos la perenne crisis del transporte público, para la cual, si uno se guía por lo que reportó Granma, no encontraron solución alguna, lo cual no es una sorpresa, porque después de cincuenta y tres años buscando una, sorpresa sería que la encontraran, y en verdad, nadie les reprocharía ya que se dieran por vencidos y se olvidaran definitivamente del asunto.

Aún así, Raúl piensa que el país avanza, y que lo hace a más velocidad de lo que críticos como yo quisieran admitir.   Nunca ha estado del todo claro hacia dónde Raúl quiere llevar a Cuba, si es que no se la quiere llevar a la tumba, y es perfectamente posible que, para llegar allí, este ritmo de crecimiento y progreso sea aceptable.  Raúl se comporta, a pesar de lo que ha dicho otras veces, como si dispusiera de mil años para arreglar el estropicio que han hecho él y su hermano, y como si  todos los cubanos estuviéramos de acuerdo en ir, a su paso, a donde él, sin decirnos su plan, nos lleva.  La triste verdad es que Raúl no tiene la menor idea del lugar a donde quiere que su país llegue, que no es ya el luminoso futuro leninista que Fidel anunció seis décadas atrás, pero tampoco es, nos dice el actual presidente de Cuba, la restauración capitalista que, por todo lo que uno sabe de historia, y del origen y el final de las revoluciones, parece, llegado este punto, casi inevitable.  En siete años como jefe supremo, Raúl se ha negado tozudamente a responder el gigantesco “¿Y ahora, qué?” que apareció dibujado en el cielo de la isla en el otoño de 1989, y que sigue todavía ahí, aunque, de haber vivido tanto con esa pregunta sobre nuestras cabezas, ya pocos parezcan recordar que sigue sin respuesta.    Lo que Raúl ha hecho pasar como su plan para Cuba, y que aparece explicado en los soviéticamente titulados Lineamientos de la Política Económicay Social del VI Congreso del Partido, es en realidad una amalgama de viejo estatismo socialista con muy tímidos experimentos en capitalismo primitivo, cooperativismo y timbirichismo ramplón, que a pesar de su declarada voluntad de “liberar a las fuerzas productivas”, no hace ni remotamente tal cosa, solo les permite expandirse mínimamente, lo suficiente para salvar al Estado del colapso y al país de morirse de hambre, y nada más.   En algún momento, y quizás porque querían creer que el futuro de Cuba sería más interesante, si no mejor, que esto, algunos observadores sugirieron que Raúl intentaría aplicar en la isla algo similar a lo que tienen China y Viet Nam, una combinación de bárbaro autoritarismo post comunista con la alegre avaricia burguesa de una nueva clase de millonarios domésticos y extranjeros.  Sería muy peligroso que Cuba copiara, una vez más, la organización económica y política de otro país, algo que en el pasado nos ha salido muy mal, pero al menos, si Raúl nos hubiera convertido en una copia diminuta de China, tendríamos arroz y sopa.   Puesto a escoger, Raúl, que de todas maneras no hubiera tenido ni coraje ni tiempo ni imaginación para hacer un experimento de esa escala y riesgo, rechazó a los millonarios y se quedó, de China, con el autoritarismo. Al final, no ha hecho a Cuba ni más alegre ni más rica, pero ha logrado lo que, en política, es casi un milagro. Se las ha apañado para que, en el momento en el que el país está peor, haya menos gente que nunca dispuesta a salir a la calle a protestar. Dando golpes con una mano, y repartiendo pasaportes con la otra, Raúl parece haber convencido a su país de que la mejor de manera de prosperar individual y familiarmente es hacerlo afuera, y que si uno se queda adentro, mejor aprieta las muelas y se calla.  Por no tener, Cuba no tiene ya ni oposición.   Raúl ha diezmado y acorralado brutalmente a los viejos y sufridos grupos de oposición, la mitad de cuyos miembros, si uno lleva la cuenta, se han marchado al exilio, y los que quedan, parecen definitivamente incapaces de planear y ejecutar una acción que haga perder el sueño a nuestro mandamás. 
 
Por carácter, por su modo de actuar, Raúl parece a veces el primer ministro de una pequeña y opulenta nación escandinava, un oscuro tecnócrata que pasa los meses encerrado en su oficina haciendo cuentas, sin necesidad ni deseo de presentar a su país su visión personal del futuro, sin ánimo ni talento para inspirar el entusiasmo popular, para representar la ambición, la fuerza y la voluntad de su pueblo. Claro, los primeros ministros escandinavos son electos por mayorías nacionales, y no lanzan contra la oposición la policía política y las hordas tenebrosas de sus partidarios, pero pasemos por encima de ese punto.  Raúl carece de legitimidad democrática,  fue electo presidente de Cuba, más que por el pequeño comité de acólitos que formalmente votó por él, por su propio hermano, que lo designó a dedo como sucesor y heredero en 1959, y se sostiene en el poder, incluso más que por los fusiles de sus soldados, o el respeto y el afecto de sus leales, por la vasta indiferencia y cobardía de la nación.  Pero, aunque no lo mereciera, la historia de Cuba, que no encontró a nadie mejor, lo puso en el sitio en que está, en este momento, en que tanto se está decidiendo. Otro hubiera apreciado más la riqueza y altura de semejante oportunidad, pero Raúl parece haber decidido hacer lo mínimo indispensable, y dejarle el muerto al que venga después.  A su país, ni se molesta en hablarle, como si en efecto, no tuviera nada que decirnos. Cuba necesitaría ahora otro tipo de líder, uno que le hablara al país, y mejor aún, que lo escuchara, algo que a Fidel, que se pasó cincuenta años hablando sin parar, nunca se le ocurrió hacer.  Un líder, necesitaríamos, que rescatara del fondo de la decepción lo que todavía quede de útil y noble en los cubanos, si algo queda, y no uno que acabe de destruir cualquier remota posibilidad de que el cambio, cuando ocurra, porque va a ocurrir, no sea, por inercia, una simple y estricta restauración de lo que una vez fuimos, y por mayoría, decidimos dejar de ser.   A Raúl, a estas alturas, habría que decirle que no se preocupe tanto por el transporte público, por la zafra o la falta de funcionarios con experiencia comercial en el MINCIN, que no pierda el tiempo en esas minucias.    Su reforma económica va a fracasar, no solo por tímida y superficial, sino porque no la está haciendo quien tiene que hacerla, un gobierno con la autoridad democrática otorgada por la mayoría del país para llevarnos, por difícil que sea, al sitio que elijamos entre todos.  Hasta que eso ocurra, seguiremos aquí, varados en medio de la nada, yendo a ninguna parte.

3 comentarios:

  1. Bien dicho.

    Encima ha descubierto que hay "indisciplina social, ilegalidades, contravenciones y delitos" y que faltan "honestidad, decencia, vergüenza, decoro, honradez". A nadie se le ocurre preguntar por qué.

    ¿Culpará él a la Historia que, injusta, se ha encontrado con su gobierno "noble" y le ha llenado las casas, las calles y hasta sus plazas de gente indecente, sinvergüenzas y ladrones?

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  2. Me parece q da en el clavo con lo d llevarse el.pais a la tumba, hace rato q les dejó d importar si es q alguna vez estuvieron interesados en la.prosperidad d Cuba. Raúl anda poniendo parches para q no explote el asunto, para seguir mantiendo su rango d rey y dueño d un país, ya el q venga atrás q trate d solucionar el desbarajuste.

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  3. Juan sin nada...tratando de sobrevivir honradamente me olvido de leer y de pensar. Gracias por el post. Tengo tanto que decir que tendré que comenzar a anotar.

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