Marco Rubio está
teniendo un pésimo verano. Un
artículo en Politico, lapidariamente titulado “Marco Rubio tropieza”, ha
revelado que el senador republicano de la Florida, que hasta hace poco era
considerado como una de las propiedades más valiosas de su partido, es mirado
ahora con recelo y agria decepción por los votantes más ferozmente conservadores
y por vocingleros extremistas como Rush Limbaugh y Ann Coulter, charlatanes a
los que nadie debería tomar en serio, pero que en Estados Unidos tienen
millones de fanáticos seguidores. La
derecha dura republicana está alarmada por las posibles o imaginarias consecuencias
de la ley de inmigración que aprobó el Senado el mes pasado, y en cuya
elaboración Rubio tuvo visible protagonismo.
Los críticos de la ley creen que
Rubio se ha convertido en cómplice de un tenebroso plan para darle la
ciudadanía norteamericana a 11 millones de inmigrantes ilegales que, cuando
vayan a votar algún día, lo harán como lo hicieron en noviembre del 2012, por
el candidato demócrata, abrumadoramente.
“El Partido Republicano se está
suicidando”, dijo
Limbaugh en su programa de radio. Al
intentar ganarse el favor de los cada vez más numerosos votantes hispanos,
Rubio, dicen esos críticos, ha puesto sus desmedidas ambiciones personales por
encima de los intereses e ideales del partido.
Otros, como Coulter, creen que el senador
ha probado ser un rematado idiota, y que los demócratas lo han usado para
completar una maniobra que les cerraría a los republicanos para siempre el
camino hacia la Casa Blanca.
Hace unos días, una
encuesta de PPP en el crucial estado de Iowa indicó que Rubio ha caído al
quinto puesto entre los candidatos que los votantes republicanos preferirían
para liderar el partido en las elecciones presidenciales del 2016. En febrero, Rubio era, claramente, el
favorito. La misma encuesta en Iowa
sugirió que si Rubio se enfrentara a Hillary Clinton en las próximas elecciones
presidenciales, la ex Secretaria de Estado lo aniquilaría, 47% por 35%. Viendo que su partido está perdiendo la fe en
él, Rubio ha decidido probar que, si hay que ser de derechas para que los
republicanos lo amen, él puede ser más de derechas que nadie. Está seriamente considerando introducir en el
Senado un proyecto de ley que prohibiría el aborto después de las 20 semanas de
gestación, algo que aplaudirían los conservadores, pero que le ganaría el
repudio absoluto de moderados y liberales.
No hay ninguna posibilidad de que el Senado, en el que los demócratas
tienen de momento una relajada mayoría, siquiera acepte discutir una ley que
reduzca los plazos legales del aborto, pero Rubio parece creer que un gesto de
pueril simbolismo como ese hará que la extrema derecha le perdone haber
colaborado tan entusiastamente con la ley de inmigración. Por si
eso no fuera suficiente, Rubio ha lanzado también una ofensiva contra
Obamacare, la vasta y polémica reforma del sistema sanitario que el presidente
Obama introdujo hace tres años para extender y facilitar el acceso de los
ciudadanos norteamericanos a seguros de salud.
En un reciente discurso, Rubio
dijo que votaría en el otoño contra la habitual resolución del Congreso para
financiar el funcionamiento del gobierno si incluía fondos para la
operación y administración de la reforma de salud. Según sus propias palabras, Rubio preferiría
dejar que el gobierno federal cierre, y provocar el caos en la administración y
funcionamiento del país, que darle un centavo a Obamacare. Rubio, que no para, hizo también una pequeña incursión en política
internacional. Al escuchar la noticia
de que un barco norcoreano había sido detenido en el Canal de Panamá con armas
cubanas, el senador demandó que Obama reintrodujera las crueles restricciones a
los viajes de cubanoamericanos a la isla, y al envío de remesas familiares,
impuestas por la administración Bush, y derogadas por el presidente demócrata
en 2011. Rubio exigió además que Estados
Unidos llevara el caso al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Como es de imaginar, la Casa Blanca no tiene
particular interés en las recomendaciones del senador Rubio en ningún área de
política exterior o interior. El
Departamento de Estado se limitó a decir que no ve el incidente del barco Chong
Chon Gang como un asunto bilateral entre Estados Unidos y Cuba, y lo examinará,
exclusivamente, como una posible violación del embargo internacional de armas
impuesto contra Corea del Norte.
Marco Rubio |
Marco Rubio
quiere ser presidente. ¿Y por qué
no? Es joven, elocuente, astuto, y bien
parecido. Encima, es hijo de cubanos,
algo que según numerosos analistas sería para él una gran ventaja en las
próximas elecciones, no el tremendo inconveniente que es para el resto de
nosotros. Precisamente por eso, por ser
apuestamente hispano, y por tener un nombre tan poco inglés como el del propio
Barack Obama, el partido republicano creyó que con solo poner a Rubio en la
boleta presidencial, tendría la elección del 2016 casi ganada, que estados
como Florida, Nuevo México y Nevada, que Obama ganó dos veces, cambiarían de
bando, arrastrados hacia la derecha por millones de inmigrantes
latinoamericanos y sus descendientes, entusiasmados por la posibilidad de poner
en la Casa Blanca a uno de los suyos. Los republicanos, sin embargo, se equivocan si
creen que poner en la boleta presidencial a cualquier Juan Pérez chapurreador de spanglish sería suficiente
para que la mayoría de los electores hispanos cambiaran el partido de John
Kennedy por el de Ronald Reagan. Los hispanos de Estados Unidos no son tan
necios o simples como los estrategas republicanos parecen creer, y no elegirían
a un candidato solo por su apellido o su color, como no eligieron la mayoría de
las mujeres norteamericanas al dúo de John McCain y la abominable Sarah Palin
en el 2008, aunque sus contrincantes fueran dos hombres. El senador Rubio, que es más inteligente que
la mayoría de los dirigentes de su partido, sabe que no le bastaría su nombre y
la historia muchas veces contada de cómo sus padres llegaron a los Estados
Unidos, para que los hispanos votaran por él, y por eso mismo se arriesgó a
impulsar la ley de inmigración, que beneficiaría principalmente, si al final es
promulgada, a una comunidad que le dio hace unos meses 71 % de sus votos a
Obama, y solo un magro 27% al republicano Mitt Romney. Lamentablemente para
Rubio, la mayoría de los senadores y congresistas republicanos no están
convencidos de que sea necesario o conveniente, para no decir justo,
regularizar la condición legal de más de 11 millones de personas que viven y
trabajan en los Estados Unidos sin papeles y sin derechos, y en muchos casos lo han hecho durante décadas. En el
Senado, 32 republicanos, de 45, votaron contra la ley, y en la Cámara de
Representantes, el bloque conservador está maniobrando para que no haya reforma
alguna, y si la hay, que no incluya ninguna vía para que los inmigrantes
ilegales puedan convertirse en ciudadanos, ni siquiera después de un plazo de
espera casi infinito de trece años o más.
Es fácil imaginar que los votantes hispanos están observando atentamente
qué partido está esforzándose para que la ley de inmigración pase las sucesivas
barreras del Congreso y llegue a ser promulgada por Obama, y qué partido está
poniéndole continuos obstáculos. Cada
vez que un congresista republicano se pronuncia contra la regularización del
estatus de los inmigrantes ilegales, incluso de sus hijos nacidos en Estados
Unidos, la candidatura electoral del senador Rubio, y la de cualquier otro
candidato de ese partido, sufre severo daño.
Cada vez que Limbaugh o Coulter, u otro agitador en Fox News o The American Spectator, abierta o
veladamente, hace un comentario racista contra los hispanos, Rubio, quizás
injustamente, pierde votos en Miami, en Las Vegas y en New Jersey.
Decenas de miles de personas marchan en apoyo a la reforma migratoria en Washington DC, el pasado mes de abril. |
Pero no todas las
dificultades del senador Rubio pueden ser atribuidas a la terca estupidez de su
partido. En todos los temas relevantes
de la política actual, con la excepción del de la inmigración, Rubio está
firmemente plantado en la derecha de la derecha. Sin sonrojarse, Rubio votó el año pasado
contra la ratificación por el Senado de la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con
Discapacidad, un documento de muy buenas intenciones y escasa fuerza práctica o
legal, entre cuyos campeones estaban tan encumbrados republicanos como John
McCain y Bob Dole. Rubio alegó que la
Convención no se oponía claramente al aborto de fetos con malformaciones, algo
que, en cualquier caso, está rigurosamente regulado por las leyes
norteamericanas, y no tendría que ser razón para rechazar un tratado
internacional. Usando otra excusa, Rubio
votó contra la reautorización de la Ley contra la Violencia contra las Mujeres,
que el Senado sí aprobó con amplia mayoría.
Rubio dijo que se oponía a redirigir fondos usados en programas contra
la violencia doméstica hacia otros contra la violencia sexual, y que esa
decisión no debía ser tomada por el gobierno federal, sino por grupos locales,
un argumento plausible, pero no, cualquiera diría, suficiente para votar contra
una ley dirigida a proteger a la mitad de la población del país de toda suerte
de abusos y crímenes. A finales de año,
cuando Estados Unidos se encaminaba con exquisita velocidad hacia el graciosamente llamado
“precipicio fiscal”, por la falta de acuerdo entre demócratas y republicanos
sobre un inminente aumento de impuestos a toda la nación y abultados recortes al
presupuesto federal, Rubio votó contra el acuerdo, cuando hubo, finalmente, en
el último minuto, uno. Él fue uno de los ocho senadores que se opusieron al arreglo acordado por otros 89, que aumentó los impuestos a los norteamericanos más ricos, a cambio de no hacerlo también al 99% más pobre. Ni qué decir, Rubio también se opone al matrimonio gay, faltaba más. El año pasado, el
National Journal puso a Rubio en el
lugar 13 entre los senadores más conservadores, por encima de 32 colegas de su
partido. La American Conservative
Union, un grupo que rechazaría, por moderados, a políticos europeos como David
Cameron, Angela Merkel y Mariano Rajoy si quisieran convertirse en miembros, le
dio a Rubio hace unos meses, antes del debate sobre inmigración, una nota
perfecta de 100 por su récord derechista en el Senado, y el estrafalario,
ridículo título de “Defensor de la Libertad”.
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